"Conmigo la unidad de la nación está garantizada. No lo duden. Porque hay que hacer las cosas bien y tal". Estas palabras significan, al igual que todas las anteriores afirmaciones de Rajoy, exactamente lo contrario de lo que aparentan. Hace mucho tiempo que la pretendida indivisibilidad del estado se rompió por las costuras catalanas y el desgarrón institucional ya no se puede arreglar con un simple zurcido. La inquietante falta de diálogo conduce a un escenario de ruptura total. La hoja de ruta del proceso independentista en Cataluña continúa su camino sin más obstáculos de los previstos. Han trazado una estrategia nítida, tomando la delantera en cada una de las iniciativas políticas que van llevando a cabo, ante la pasividad manifiesta de un dirigente tan pachorrudo que raya en lo suicida.

La perfección de la mayoría absoluta se derrumba. Las promesas de recuperación económica caen en saco roto, cuando lo que se vislumbra en el horizonte cercano son las luces rojas de una nueva recesión en Europa. De nuevo, apelamos al hombre con visión, al guía que nos conduzca en este valle de tinieblas macroeconómicas, aquel que establezca una relación de confianza con un país decepcionado de sí mismo, el hábil negociador que sepa dar una salida integradora al desafío secesionista, el gran demócrata que siembre en una tierra fresca la semilla de un árbol nuevo, la esperanza redentora para una comunidad que se ha entregado al destripamiento generalizado.
Mariano Rajoy Brey ocupa el puesto que debería pertenecer a otro, incurre en una continua dejación de las responsabilidades que tendrían que corresponder a otro. Una vez más, la realidad impone su ley y sería deseable que el muy subestimado Artur Mas se sentase a discutir con alguien que merezca llamarse presidente del gobierno.
Un conflicto identitario no se puede dejar en manos de un sujeto especializado en inhibirse y mirar hacia otra parte. La actitud de la evasión, lejos de solucionar un problema, lo aplaza, alimentando el odio. Luego, cuando resurge con más fuerza, la misma debilidad vuelve a aplazarlo, hasta que brota de nuevo para estallar con una dimensión desconocida, la insólita gravedad que no tenía al principio.
La fría inteligencia pragmática es el falso atributo que esconde una terrible y temible cobardía política. Algo que pagaremos muy caro, si nada ni nadie lo remedia.
Artículo publicado en el Diario La Opinión de Tenerife, el 13 de noviembre de 2014
http://www.laopinion.es/opinion/2014/11/13/ausencia-rajoy/574910.html
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