La ilusión del cambio flota en los eslóganes de la campaña electoral. El mensaje renovador que nos trae una política diferente, un punto y aparte para olvidar el pasado y construir algo mejor a partir de ahora. La mágica solución de una huida hacia adelante es el hilo conductor en las palabras y los gestos de los candidatos. Si me votas, haré que tu vida sea mejor, aunque represente a la organización de un partido que lleva años gobernando, o a otro que explica vagamente lo que hará si llega al poder.
Hoy, con el estado de bienestar en cuestión y el actual proceso de precarización social, la capacidad de los líderes políticos ha pasado a un segundo plano. El mercado, sin presentarse a las elecciones, es quien establece los límites del espacio que gestiona el Estado. El capital financiero erosiona el escudo protector de lo público, favoreciendo la implantación del liberalismo en plena globalización, ante la ausencia de una alternativa práctica. Los intereses de una deuda creciente marcan la agenda de las prioridades. El área de influencia y la toma de decisiones políticas sobre los sectores estratégicos está cada vez más condicionada por los intereses de las grandes corporaciones, que operan como entidades supranacionales.
Bajar los impuestos, aumentar el gasto en Sanidad, Educación y Servicios Sociales, crear empleo de calidad, reducir la dependencia energética, reformar el sistema educativo, caminar hacia otro modelo productivo. Son gigantescos brindis al sol, lanzados alegremente por personas que, aún ostentando cierta coherencia intelectual o la más absoluta de las ignorancias, nos piden que confiemos en unas estructuras rígidas, anquilosadas en un tiempo antiguo, fósiles de la democracia arcaica.
El verdadero gran cambio no vendrá de la mano de atractivas marcas políticas, ocupadas en extenuantes encuestas de opinión y en disputarse el centro del tablero con argumentos poco originales. La tierra prometida tampoco nos será entregada por algunos de sus asesores y técnicos más cualificados. Muchos profesionales que trabajan el interior del dinosaurio administrativo, saben que la delgadez de los presupuestos impedirá cumplir unos programas llenos de humo.
La revolución tecnológica y biomédica que se está produciendo es el verdadero motor de la nueva historia. Las ideologías, y con ellas las instituciones conocidas, van quedando atrás. Lo mismo sucede con los modelos de negocio tradicionales. El clásico antagonismo entre izquierda y derecha se diluye en un sistema monocolor, cuyos padres fundadores son la élite de ingenieros y pensadores que están creando el mundo que viene, desde sus laboratorios de Google, Uber, Yahoo, Pay-Pal, Apple o Airbnb. La ingeniería genética y los avances en la prevención de enfermedades degenerativas, romperán nuestra concepción de la existencia y la propia naturaleza del hombre se convertirá en objeto de transformación tecnológica. Y todo esto ya está ocurriendo, mientras nuestro primitivo cerebro decide qué papeleta va a introducir en la urna.
Artículo Publicado en el Diario La Opinión de Tenerife el 20/05/2015
http://www.laopinion.es/opinion/2015/05/20/cambio-politico/607577.html