Confieso que nunca había escuchado a Albert Rivera en una entrevista, como la que le hizo la periodista Pepa Bueno en el Chester del Canal Cuatro. Lo cierto es que, debido a mi vinculación profesional con el comercio de textiles –un sector de larga tradición en Cataluña– he tenido la oportunidad de conocer a muchos representantes venidos de esa zona. El líder de Ciudadanos me recuerda mucho al clásico perfil del agente comercial, que nada más entablar contacto visual con el interlocutor, atrae toda su atención. Y si le toca bregar con una audiencia mayor, logra convertirse en el centro de interés del público presente, por su facilidad de palabra, una suerte de cadencia que te va envolviendo con ese tono amable y seductor. Es alguien que no sólo nació con ese imán, sino que además, se lo ha trabajado mucho.
El rostro de piel bien afeitada, el peinado informal pero muy cuidado, los gestos precisos, la mirada ensayada ante el espejo. La imagen que transmites al cliente es tu carta de presentación, te dicen siempre en cualquier curso de formación para vendedores. Ganarte la confianza del consumidor votante y crearle la necesidad de comprar tu producto. En las grandes empresas del IBEX 35 se hace un estudio de mercado previo, analizando la demanda para potenciar una marca que satisfaga las necesidades de la población, un color determinado, unas siglas, y sobre todo, un joven de clase media que simbolice el éxito sereno, alguien con pinta de buena gente.
El político correcto y limpio con su discurso de cambio tranquilo, que tanto gusta a los que tanto temen a Podemos, pero ya no quieren saber nada del PP. Lo que soñaba ser de mayor cuando era niño, la adolescencia, el deporte, las anécdotas familiares y las preguntas que se sucedían en un pactado toma y daca con la complicidad de la entrevistadora, que se mostraba dócil. Albert es el candidato perfecto para protagonizar la segunda transición, un joven con el que se identifican muchos desencantados de la derecha, capaz de crear un partido catalán en clave española, aparecido en el momento justo. El jefe de departamento que maneja las estrategias de venta y que está preparado para cualquier contratiempo, haciendo gala del sentido de oportunidad.
Y así discurría el original espacio televisivo, hasta que Pepa soltó una trampa, cuestionando sobre cuál fue la última vez que había llorado. De repente, el tiempo se paró, y el hombre de moda pareció dudar. Se repitió la pregunta a sí mismo, desconcertado, como buscando una solución convincente mientras su rapidez mental intentaba recordar algo no previsto. Pasaron varios segundos que parecieron horas, y al final esbozó un sentimiento de tristeza relacionado con su hija y la custodia compartida, que acabó resultando bastante forzado. Luego continuó el relato como si nada, y se despidió sin fisuras. En el mismo sofá, la emoción fría del ciudadano Albert contrastó con el visible cansancio acumulado de Pablo Iglesias, que sometido al mismo cuestionario, contestaba sin titubeos: yo suelo llorar.
Artículo publicado en el Diario La Opinión de Tenerife, el 13/05/2015
http://www.laopinion.es/opinion/2015/05/13/ciudadano-albert/606205.html
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