Pura casualidad llamarse Rodrigo Rato, tener acceso directo al despacho del ministro del interior, y pedirle que dé órdenes para que las mismas instituciones de las que te aprovechaste, valiéndote de tu nombre y de tu cargo, se encarguen de protegerte.
Coincidencia la de subirte a un ataúd flotante atestado de compañeros refugiados sirios, compartiendo idéntica mezcla de miedo y esperanza, con la vista puesta en la utópica solidaridad europea, un concepto cultural y político en decadencia.
Cosas del azar como declararte ciudadano griego y, aunque suene raro, haber trabajado casi como cualquier alemán de la misma edad, pero vivir de lo puesto y escuchar que hay que aceptar otro rescate del rescate, a costa de seguir profundizando en la depresión social y económica.
Curioso formar parte de una plantilla de obreros en una fábrica que se encuentra justo en el norte de China, y verte obligado a salir huyendo de la muerte con tu familia, porque quizás algún mando intermedio no prestó mucha atención a eso del peligro que entrañan los agentes contaminantes, aunque a quién le importa la salud pública cuando el gobierno ha prohibido parar la producción.
Extraña la circunstancia de ser una chica joven en Cuenca y llamar a una amiga para pedirle que te acompañe a ver a tu ex novio, y concluir el día siendo sus víctimas, porque se da la paradoja de que, aunque en alguna ocasión te dijo que te quería, en realidad es un psicópata asesino que, además, cuenta con la complicidad de otros para dar rienda suelta a los instintos de siempre.
Afortunado encontrarse a salvo de las bombas de racimo, escapar de la vigilancia de los drones o pasear sin temor a pisar una mina, mientras corres esquivando el fuego cruzado entre israelíes y palestinos; o desconocer la sensación de asistir a tu propia decapitación, por cortesía del Estado islámico, en vivo y en directo.
Feliz el hecho de permitirte el lujo de observar el mundo desde una hamaca con sombrilla situadas en el borde de la piscina del hotel, con gafas de sol y la cerveza bien fría, rodeado de ingleses retostados y contentos.
Relajante sensación la del tacto con el agua, cuando introduces tu cuerpo y nadas, ajeno a los accidentes de tráfico que sufren tus semejantes en la autopista cercana.
Sorprendente el ruido de cristales rotos, seguidos de un grito a sólo unos metros. Tranquilizador que sea un anecdótico vaso de cristal en el suelo, con ausencia de sangre en la piel del niño guiri. Pero por una milésima de segundo, pensar que ya te había tocado el premio gordo en la lotería de las tragedias, por el hecho casual de estar situado en las coordenadas exactas, acordes a la secuencia espacio temporal de este universo veraniego en concreto.
Artículo publicado en la edición digital del Diario La Opinión de Tenerife el 22/08/2015
http://www.laopinion.es/opinion/2015/08/22/casualidades/624779.html