31/12/15

Parlamento invertebrado

Duelo a garrotazos, de Francisco de Goya
Leyendo el célebre ensayo de Ortega, "La España invertebrada", llego a la conclusión de que el antiguo mal que nos aqueja, no tiene explicación política. Los particularismos, como decía Ortega, entendiéndose como tales el separatismo catalán y vasco, pero también el centralismo soberbio, forman parte del problema y expresan una incapacidad histórica. Siguiendo el manual orteguiano, para que cualquier nación prospere, se necesita la incorporación de los distintos pueblos en torno a ese núcleo, al tiempo que se respetan sus hechos diferenciales, creando una unidad compuesta de colectividades diversas. Este modo de conllevar a los nacionalismos, supone un esfuerzo de consideración, por parte de quien presume ser el motor que irradia vitalidad a todas las partes del cuerpo.
Lamenta Ortega que la mediocridad haya sido el común denominador en las clases dirigentes y por tanto, en las masas que reaccionan ante la ausencia de un liderazgo claro, provocando la desmembración y el caos. Añade a esto, que la gesta del descubrimiento y colonización de América, única etapa de auténtico vigor como potencia mundial, en realidad fue una obra popular, carente de la entidad intelectual necesaria para engendrar una civilización avanzada.
Casi un siglo después, la identidad española sigue representando la misma tendencia a la fragmentación. Decía Ortega que los visigodos eran una comunidad de origen germánico, con signos de decadencia y que, en consecuencia, España es decadente crónica.
oleo-noticias-totenartObservando la conformación del Parlamento, y a falta de la constitución de un gobierno presumiblemente débil, o la celebración de nuevas elecciones, persiste el fenómeno de disociación, con un frente populista compuesto por Podemos, sus grupos afines y los independentistas, y por el otro el bipartidismo clásico de socialistas y populares. Pero esta amalgama multicolor y difusa no es algo negativo en sí mismo. Incluso puede ser beneficioso para la buena salud democrática, basada en la necesidad de llegar a consensos.
Lo peligroso está en nuestra entraña, en la genética del odio hacia el que piensa distinto. Lo penoso es la ceguera del que no acepta estrechar la mano a alguien, con el que comparte mucho más de lo que está dispuesto a admitir. Lo terrible es aniquilar al que, en el fondo, admiramos y envidiamos, porque simplemente demuestra ser mejor, por argumentos, por carisma y por convicción.
La vertebración no llegará al Parlamento, si antes no cala en nuestra sociedad. Aceptar que somos una pluralidad es el único modo de entendernos sin seguir fracasando en el intento.

Artículo publicado en la edición digital del Diario La Opinión de Tenerife, el 31/12/2015
http://www.laopinion.es/opinion/2015/12/31/parlamento-invertebrado/647794.html


18/12/15

Fiesta de los maniquíes


Rígidos los cuerpos, los candidatos bailan. Son las nuevas estrellas televisivas que, tras recibir cursillos acelerados sobre técnicas de comunicación y liderazgo -unos con más éxito que otros- recitan mantras sobre los beneficios del producto que representan. A su vera, periodistas conductores del espectáculo, calientan el ambiente previo al debate gestionando el vértigo a un ritmo adecuado. Un show viral en prime time, a la altura de las audiencias exigidas, para justificar lo que pagan los patrocinadores.
Hace poco escuché una frase de alguien que decía: "Los programas de televisión y sus contenidos son el relleno, aquello que emiten en medio de lo verdaderamente importante, los anuncios". Y es cierto, porque el dinero que monta este circo global, lo ponen empresas por insertar mensajes publicitarios en sus distintas variantes. Son compañías privadas colocando el interés público al servicio de sus propios intereses.

La mercadotecnia absorbe todo el proceso y maneja las preferencias de los potenciales consumidores. Ahora hablamos de perfiles, no de personas. Ente el público asistente al plató, se distribuyen los modelos sociales por edad, apariencia física, tipo de profesión o de parado. La puesta en escena, las imágenes e ideas que se transmiten determinan el índice de aceptación, o lo que es lo mismo, el volumen de ventas.

No son partidos, son marcas. No son pensadores, son economistas y tertulianos todólogos, a sueldo del imperio mediático. Opinan en el antes, en los cortes programados y en el después de una película de ficción, basada en hechos reales. Los momentos de más tensión, los gestos, las anécdotas, ... Analizan y repiten mil veces el relato -con atractivos matices- sobre lo que ha ocurrido, en la inmediatez del directo, que garantiza ganadores y perdedores con los que seguir alimentando el morbo infantil de la clientela.

El mercado ha asumido el poder. Las formas estéticas se confunden con el ignorado fondo. Los nacionalismos tradicionales, el socialismo, las instituciones, el terrorismo, el estado, son conceptos junto con tantos otros, cuyo sentido histórico desaparece dentro de la lógica del consumo. El capitalismo es una esfera conteniendo un agujero negro que se traga la cultura democrática, transformándola en un logotipo par regalar por Navidad.

Si miras las fotos congeladas de cualquier instante, ves figurantes en modo estático, que bien podrían ser sustituidos por políticos autómatas de apariencia humana. Maniquíes en la pasarela mostrando las últimas tendencias. Fiesta de los candidatos, no los toques por favor.


Artículo publicado en la edición impresa del Diario la Opinión de Tenerife, el 18/12/2015



5/12/15

Occidente ante el espejo


La Decadencia de Occidente, obra del filósofo alemán Oswald Spengler, cuyo primer volumen fue publicado en 1918, vaticinaba el agotamiento de la cultura occidental. Al plantear cual es el verdadero motor de la historia, Spengler desdeña los grandes conceptos -libertad, derecho, humanidad, progreso, justicia, razón- a los que tilda de abstractos porque, en realidad, son una expresión de los mecanismos de poder. Un ejemplo de esta visión es la existencia del dinero o capital, un hecho superior a cualquier ideal. Ninguna constitución reconoce la fuerza del dinero como magnitud política, pero éste triunfa en las sociedades por encima de cualquier otro aspecto.

El dinero elige a los partidos dominantes y somete a la prensa a su dictadura. El sistema educativo también se ideologiza, mediante leyes creadas por los gobernantes al servicio de esa dominación. Según sus propias palabras: "el dinero piensa; el dinero dirige; tal es el estado de las culturas decadentes".
Para Spengler, "la paz mundial significa renunciar a la guerra por parte de una mayoría, que aunque no lo declare, está dispuesta a ser botín de los que no renuncian". Hoy, la civilización occidental dispone de un enorme potencial militar, pero flaquea en lo más importante: su fuerza moral.
El mundo árabe -junto a las potencias emergentes- reclama su derecho a participar del liderazgo global, al acceso a los recursos energéticos, a ser influyente y no objeto de explotación; como un actor interpretando su propio guión, en vez del que le dictan. En este proceso histórico, crecientes oleadas de inmigrantes y refugiados vienen a revitalizar a la actual Europa envejecida y desgastada.
La sociedad occidental está sumida en el hedonismo. La opinión pública permanece sedada por el exceso de información, conformando una masa acrítica de consumidores votantes en el interior de democracias planas. La teatralidad de los políticos es otro ingrediente más en la cultura del espectáculo.
Nuestro modo de vida, asentado sobre un modelo económico insostenible que hace aumentar la desigualdad, deviene en debilidad. La crisis de valores nos ha hecho vulnerables frente a la pujanza de pueblos que forjan su carácter en la dureza del sufrimiento. Los yihadistas que siembran el terror, son parte de una complejidad mucho mayor de lo que estamos dispuestos a asimilar. Se trata de otra civilización que aspira a ser hegemónica, con el vigor de una población musulmana joven, que demanda un espacio geográfico para construir su futuro.
El espejo de Occidente nos devuelve la imagen de un cuerpo encerrado en una jaula de miedo, un esclavo capaz de vender su libertad, a cambio de sentirse protegido. Un ser que no acepta la realidad y prefiere olvidar la verdad de la vida, esperando a que otros hagan el trabajo sucio.

Artículo publicado en la edición digital del Diario La Opinión de Tenerife, el 05/12/2015
http://www.laopinion.es/opinion/2015/12/05/occidente-espejo/643376.html