Rígidos los cuerpos, los candidatos bailan. Son las nuevas estrellas televisivas que, tras recibir cursillos acelerados sobre técnicas de comunicación y liderazgo -unos con más éxito que otros- recitan mantras sobre los beneficios del producto que representan. A su vera, periodistas conductores del espectáculo, calientan el ambiente previo al debate gestionando el vértigo a un ritmo adecuado. Un show viral en prime time, a la altura de las audiencias exigidas, para justificar lo que pagan los patrocinadores.
Hace poco escuché una frase de alguien que decía: "Los programas de televisión y sus contenidos son el relleno, aquello que emiten en medio de lo verdaderamente importante, los anuncios". Y es cierto, porque el dinero que monta este circo global, lo ponen empresas por insertar mensajes publicitarios en sus distintas variantes. Son compañías privadas colocando el interés público al servicio de sus propios intereses.
La mercadotecnia absorbe todo el proceso y maneja las preferencias de los potenciales consumidores. Ahora hablamos de perfiles, no de personas. Ente el público asistente al plató, se distribuyen los modelos sociales por edad, apariencia física, tipo de profesión o de parado. La puesta en escena, las imágenes e ideas que se transmiten determinan el índice de aceptación, o lo que es lo mismo, el volumen de ventas.
No son partidos, son marcas. No son pensadores, son economistas y tertulianos todólogos, a sueldo del imperio mediático. Opinan en el antes, en los cortes programados y en el después de una película de ficción, basada en hechos reales. Los momentos de más tensión, los gestos, las anécdotas, ... Analizan y repiten mil veces el relato -con atractivos matices- sobre lo que ha ocurrido, en la inmediatez del directo, que garantiza ganadores y perdedores con los que seguir alimentando el morbo infantil de la clientela.
El mercado ha asumido el poder. Las formas estéticas se confunden con el ignorado fondo. Los nacionalismos tradicionales, el socialismo, las instituciones, el terrorismo, el estado, son conceptos junto con tantos otros, cuyo sentido histórico desaparece dentro de la lógica del consumo. El capitalismo es una esfera conteniendo un agujero negro que se traga la cultura democrática, transformándola en un logotipo par regalar por Navidad.
Si miras las fotos congeladas de cualquier instante, ves figurantes en modo estático, que bien podrían ser sustituidos por políticos autómatas de apariencia humana. Maniquíes en la pasarela mostrando las últimas tendencias. Fiesta de los candidatos, no los toques por favor.
Artículo publicado en la edición impresa del Diario la Opinión de Tenerife, el 18/12/2015
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