El apellido Rivera suena a pintor mejicano, amante de una mujer hombre y de los colores vivos. Concretamente, el naranja representa la calidez e invita a la calma, no es demasiado intenso ni agresivo; no es ni el derecho ni el revés; ni frío ni calor, como el comodín que muda de piel si las circunstancias lo aconsejan. Su espíritu camaleónico atrae al mismo tiempo que repele. Ciudadanos, nombre genérico que simboliza la indignación burguesa, es un constructo ideado para situarse un poco a la izquierda y otro poco a la derecha, sin abandonar nunca Eldorado de una moderación centrista. El sesgo del neo nacionalismo español, surgido en la Cataluña del corazón partido, reflejo y detonante de una división histórica, común denominador de conflictos enraizados en las entrañas de la patria nunca querida, salvo cuando aparece el abrazo del entendimiento espontaneo en cualquier bar azaroso. La gastronomía, siendo un idioma universal, debería servir como imagen de marca para la política. Así, el nuevo logotipo de Ciudadanos sería la jugosa foto de unos huevos rotos con chorizo, la potencia del rojo sangre sacrificado entre toda esa destrucción semilíquida.
La única esperanza de los votantes desencantados del PP y del tyrannosaurus Rajoy, va perdiendo el extraño sentido de su existencia, a medida que se suceden las citas electorales. Quisieron tomar la iniciativa, marcar las pautas y los tiempos de las negociaciones, adelantarse a los demás, y todo por esa noble y familiar vocación de cambiar el país, aportando un aire de estabilidad. El líder joven y creíble con look tipo casual pijo, fruta fresca de la transición tranquila, vitamina C para las instituciones, la camisa mecánica bien planchada. La irrupción de una fuerza renovadora, que aseguraría la limpieza en las cloacas negras de todos los colores, que garantizaría la plasmación política de lo que se supone que habría que hacer en el nombre de los representados.
El licenciado Albert, feliz candidato a ser un personaje decisivo en el Juego de Tronos, se queda sentado mirando al horizonte esquivo, los músculos tiernos, el pensar inconsciente y una terrible duda sobre la cercanía de la jodida insignificancia.
Artículo publicado en la edición impresa del diario La Opinión de Tenerife, el 07/08/2016
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