El pensamiento débil impone su imperceptible hegemonía en este tiempo de fragmentación. Gobiernos endebles marcan la pauta de la incertidumbre ante las enormes dificultades para construir una alternativa sólida. La pérdida de identidad de la izquierda, deja cientos de miles de izquierdas improbables, vagando por el espacio de la melancolía. La extrema derecha cabalga a lomos de la clase trabajadora, que aún sigue resistiéndose a admitir que nada volverá a ser como antes. La brecha digital profundiza la diferencia entre los que integran y participan de los cambios, y la ignorancia sebosa en la que prefiere vivir una gran parte de la población. La política agoniza, pagando a medios de comunicación prostituidos para que intoxiquen y mareen, hasta el absurdo, con la complicidad del ruido inasumible que produce internet, y desactivando cualquier posibilidad de articular una mayoría que se sienta identificada con algún tipo de discurso coherente. La realidad se vende empaquetada, como una serie de ficción por capítulos, en los shows televisivos, anteriormente conocidos como "telediarios". Las audiencias, saturadas de información, se vuelven más permeables y olvidadizas, así que, la verdad y la memoria, son bienes antiguos y escasos. El análisis de lo que nos está ocurriendo se reduce a un vídeo de imbéciles que aplauden y abuchean a otros imbéciles, en la celebración de una subjetividad prodigiosamente extraordinaria.
Hemos interiorizado -social, política y económicamente- la huida hacia adelante como el único remedio para combatir la infelicidad. La torre dorada de Trump certifica el desmoronamiento de la civilización occidental, genuino vestigio de un modo de concebir el éxito y el falocentrismo que comparte con Putin. La crisis de valores dejó al descubierto que no teníamos otros para reemplazarlos y que debíamos llegar hasta el final con lo que tenemos. En el ocaso del mundo moderno, la tranquila luz del atardecer prepara la transición a un mañana muy complejo. Un parto difícil y necesario, con actores aspirantes a homogeneizar lo diverso. La llegada de una cultura, radicalmente opuesta, es vital para la continuidad de la especie, y ésto solo se fraguará, en la mezcla del entendimiento entre diferentes, Nuestra convulsiva sociedad está enferma, y demanda que algo drástico la sacuda y la obligue a abandonar el refugio placebo de los chutes de entretenimiento y las homilías de auto ayuda. Cuando la conciencia permanece aturdida por la prolongación de un sueño inducido, un jarro de agua helada es la mejor prueba de que la extrema debilidad que nos rodea, se volverá fortaleza, en un futuro aturdido y esperanzador.
Artículo publicado en el Diario La Opinión de Tenerife, el 21/01/2017.
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