Ivanka Trump es la prueba irrefutable de que nuestra civilización ha tocado techo. El sueño americano ya tiene a una Barbie y a su Kent de repuesto, como asesores personales -a la vez que hija y yerno- de papá presidente. La niña de sus ojos, sin ostentar cargo oficial alguno, sentada junto a una atónita Angela Merkel, en la cumbre bilateral que dejó de ser cumbre antes de empezar, porque nada es lo que era, ni lo volverá a ser. La austeridad luterana, reflejo de los rigores padecidos en el lado oriental del Muro de Berlín, ante la película fantástica y fantasiosa de la chica de plástico que baña su piel en oro. Una doctora en física con plena conciencia de lo que significan la guerra y el éxodo, frente a la super exitosa empresaria del lujo, la jefa predilecta. Y esto sucede aquí y ahora, como una ficción salida de Los Simpsons que, lenta e irremediablemente, se apodera de nuestra realidad. La mirada de reojo que le dedica Merkel, entre la sorpresa y el asombro, contrasta con el desenfado de una it girl, encantadísima de acudir a estas reuniones importantes y divertidas que organiza papá. En realidad, pareciera que la mujer más poderosa del mundo, pierde pie y se muestra incapaz de asumir este insólito modo de entender las relaciones internacionales. Los malos modos y unos inauditos aires de superioridad, definen el modus operandi del Trumpismo, elevando el desprecio a una nueva categoría para despachar a un aliado incómodo, una nación amiga a la que intenta someter a golpe de declaraciones intempestivas y socarronería tuitera.
La historia, a veces tangencial, no deja lugar a dudas en la celebración de un encuentro que certifica todos los desencuentros. Ya papá lo dijo muy claro en la campaña electoral: "Europa es un lío. Pero yo lo voy a arreglar". Claro que sí Ivanka. Tú y tu mega papá son lo más, lo último. Son el fin del final de este cuento.
Artículo publicado en el Diario La Opinión de Tenerife, el 23/03/2017
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