Todo empezó hace un año, cuando el vecino HMZ declaró su firme intención de independizarse del resto de la urbanización, acogiéndose al estatuto del libre albedrío establecido en la Constitución General del vecindario. La Comisión municipal decidió dar el visto bueno a la solicitud y decretó que el perímetro de su adosado quedase fuera de la legislación comunitaria. Se levantaron sendos muros en la parte trasera y en un lateral de la casa a modo de fronteras y el espacio de acera que coincidía con la entrada de su garaje quedo restringido mediante un cartel, prohibiendo el paso a toda persona ajena a la nueva zona independiente.
La iniciativa fue imitada por otro vecino, el KLM, que además incluyó la exigencia, para cualquier persona que osara entrar en su reducto, de hablar la lengua autóctona, el yosiento, bajo amenaza de expulsión inmediata en caso de negarse a practicar el dialecto yosentido.
La ola independentista ha conseguido llenar de controles las calles adyacentes, y acceder a mi vivienda se ha convertido en una proeza, pues cada núcleo independizado ha emitido sus propios carnés de identidad, con el fin de identificarse para comerciar con los alimentos y las medicinas entre ellos, sin relacionarse con el resto, así que la tensión entre unos y otros ha ido aumentando, hasta tal punto que han propuesto la división del parque público en tantas parcelas de uso privativo como grupos independientes existan.
Los niños han perdido la sonrisa, y si antes jugaban todos juntos al fútbol en la plaza, ahora andan como huidizos, recelando unos de otros porque sus padres les han prohibido hablar con los demás a no ser que se decidan a pertenecer a su cultura y cumplir con el juramento de obediencia debida a los preceptos correspondientes.
El caos impera en mi barrio, y ya nadie se fía de nadie. Ayer, mi mujer olvidó en casa su documentación y la detuvieron en el control de la comunidad 14.9, los autodenominados medioembargos, en el cruce de las calles Alfa y Centauro; fue sometida a interrogatorio y la mantuvieron retenida a la espera de un permiso especial para permitirme llevarle sus papeles.
Estoy harto de esta situación y ya llevamos un tiempo pensando en mudarnos, y es que nos están presionando para que declaremos con que vecino independiente nos queremos aliar, y yo contesto que con ninguno, que yo quiero vivir en paz, y entonces me responden que, en ese caso, es mi obligación moral de ciudadano pedir mi independencia de todos los demás, y usar mi propia jerga, elegir una bandera, un himno, contratar agentes de seguridad propios y crear un blog personal con el fin de buscar amigos y simpatizantes de mi causa, y todo porque el derecho me asiste. Yo les digo que se están volviendo locos, y que me perdonen pero entiendan que yo quiero depender de los demás y que los demás dependan de mí, y que esa relación sea la base de nuestra convivencia, y que compartamos el pago de los servicios y el parque, y que los niños vuelvan a correr juntos, que se peleen y que hagan las paces, y que los adultos podamos sentarnos a comer en una misma mesa, y que decidamos un idioma que sepamos hablar todos, que desde la diversidad podemos llegar a acuerdos sobre la forma de administrarnos y fomentar el progreso común y la solidaridad, que la vida ya es bastante complicada como para, encima, construir barreras de odio y vergüenza, generando problemas de incomprensión y violencia en una urbanización de cuatro calles destrozada por seres intransigentes y acomplejados.
Artículo publicado en el Diario La Opinión de Tenerife, el 09/10/2013
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