Mientras me repantigo en el sillón para ver la Champions, los dulces de un tiempo pasado son devorados en silencio, una actividad mucho más placentera que reflexionar sobre la crisis de valores en Occidente, o que preguntarse por qué la izquierda política y su significado histórico han desaparecido del mapa. Beberme tres o cuatro cervezas entre eructos y críticas al entrenador me transporta a un estado catártico en el que desaparece la preocupación por la enorme desigualdad que generan las políticas neoliberales, eso lo dejo a un lado igual que los huesos de las aceitunas que mastico con fruición. Disfrutar del espectáculo de masas que rodea al arte futbolero es mucho más relajante cuando me enciendo un porro y todo adquiere una nueva dimensión estética, así que las humedades del techo se me revelan como surcos modernistas de albañilería fina.
Llega el descanso y aprovecho para levantarme y estirar las piernas, el mini-telediario escupe declaraciones de mentirosos profesionales y a continuación varias imágenes de alguna que otra catástrofe, hasta que llega el tiempo, mi parte favorita, que escucho con deleite pues a mí que me importa nada que no sea si mañana hará frío o calor y que empiece ya la segunda parte. Por fin el árbitro pita y justo ahora el molesto sonido del timbre cuya insistencia supera mi desidia, es alguien pidiendo, le digo que ahora no puedo, me asomo a la ventana por si acaso se trate de un intento de acceder al edificio para robar, y veo la figura rebuscando en el contenedor, no creo que encuentre nada pues hoy han pasado bastantes por ahí, que mal se lo ha montado toda esta gente en la vida para acabar así. A ver, que vamos perdiendo, encender el porro y venga otra garimba. Oigo los gritos del vecino de arriba, pero nadie ha marcado, creo que discute con la mujer, los niños llorando, joder, que coñazo, seguro que eso va a ser que se les acabo el paro y la ayuda también, pues vayan pensando en que los van a desahuciar y a vivir con los abuelos, mejor así, menos ruido.
Penalti, menos mal, corro al baño, mierda, no hay papel higiénico, y no tengo pañuelos, paso de comprarlos, son muy caros, con el euro de los cojones tengo la cuenta en rojo, como no me admitan más descubierto la jodimos. Gol. Ya está, a perder tiempo, con el empate pasamos a la siguiente ronda. Se va la luz, pero coño, si yo pagué el último recibo, o fue el del agua, me cago en la puta. Me voy al bar, un bocata, cervecita y a lo mejor me pego allí el otro partido, total, pal carajo. En la calle, apenas el rumor lejano de algún coche, parece el pueblo de mi madre en las noches de verano, recuerdo que casi no había movimiento, solo oscuridad, y la mayoría de la gente callada, claro, debe ser esa de la que habla el PP.
Publicado en el Diario La Opinión de Tenerife, el 31/10/2013
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