13/1/14

Matar al hijo

Nuestra juventud gusta del lujo y es mal educada, no hace caso a las autoridades y no tiene el menor respeto por los de mayor edad. Nuestros hijos hoy son unos verdaderos tiranos. Ellos no se ponen de pie cuando una persona anciana entra. Responden a sus padres y son simplemente malos". Sócrates ( 399-470 AC).
En este tiempo de descreencias el debate generacional se sitúa en el fondo del inevitable relevo. Las estructuras de poder envejecen cuando se miran al espejo de una nueva sociedad que no se reconoce en la torpe insistencia de los que continúan aferrados a la idea de controlar algo para lo que no están preparados. Su propio miedo al cambio los inhabilita pues son los herederos de un sistema pre-democrático cuya memoria educacional está vinculada al autoritarismo. Con todo, fueron capaces de construir un modelo de libertades que necesita ser revisado, y esto solo puede hacerlo la generación mejor formada de nuestra historia, la que no puede seguir más tiempo taponada por los empeñados resistentes del siglo veinte, aquellos que identifican a los jóvenes rebeldes como parásitos sociales, en contraposición al chico obediente que no les da problemas, cuando las transformaciones más trascendentales siempre las han provocado actos de pura rebeldía llevados a cabo por inconformistas. Se hartan de decir que en el siglo veintiuno no hay líderes porque en realidad no quieren ser liderados, no están dispuestos a entregar el testigo, obstaculizando las iniciativas rompedoras infantilizándolas, segándoles cualquier posibilidad de decisión autónoma y haciéndoles sentir incapaces cuando son ellos los que han generado tal incapacidad.
En las esferas de poder político y económico muchos parten de un planteamiento erróneo: la histórica guerra del mundo viejo contra el mundo nuevo, cayendo en el mismo proceso mental atávico, la actitud egocéntrica que no les permite mirarse a sí mismos y reflexionar sobre la cantidad de jóvenes que son capaces de imaginar otra democracia, otra política y otra economía, y que demandan su colaboración para mejorar la realidad, dejándoles paso y ofreciendo su apoyo en vez de poner barreras condenándolos a vivir atados al pasado.
Si el padre no confía en el hijo, éste no confiará en sí mismo, y si esto ocurre lo habrá matado a él y a su futuro.

Artículo publicado en el Diario La Opinión de Tenerife el 13/01/2014


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