Tan comprensible como que el nacionalista más nostálgico siga creyendo en el separatismo territorial, apelando al sentimiento de pertenencia, y que el binomio raza-patria vuelva a configurar el sentimiento de los estados independientes, cada uno con lengua y moneda propias, sin reparar en que se trata de un salto hacia atrás en el vacío, pues en el proceso de integración que fusiona a los países en grandes regiones económicas, ya no se puede recorrer el sentido inverso a las agujas del reloj que marca la hora del sistema mundo.
Tan cierto como que Facebook compró Whatsapp y Vodafone se hizo con Ono en la continua cadena de absorciones que aumenta la concentración del capital en el shopping center global dominado por multinacionales que junto al sector bancario, establecen el rumbo de la deriva política.
Tan real como que estamos compartiendo la información a una velocidad mayor de la que tarda nuestro cerebro en ordenar al dedo índice que pinche en las teclas de las pantallas interactivas que estarán disponibles en cualquier lugar para conectarnos con la big data.
Tan previsible como que si encuentran petróleo aquí o en dónde sea, lo extraerán –con todas las garantías medioambientales o sin ellas– hasta que deje de ser rentable.
Tan difícil como albergar certezas en una época plena de miedo e incertidumbres y por eso mismo, de oportunidad y de cambio.
Tan inquietante como que el poder militar utiliza drones en vez de hombres, en una clara muestra de hasta qué punto la revolución tecnológica nos sitúa en el comienzo de un antes y un después, mientras vuelan muy por encima de nuestras pobres cabezas de dinosaurios incrédulos ante la imparable lluvia de sucesos transformadores.
Tan vertiginosa como esta realidad líquida que vemos fluir y desaparecer por el desagüe de los medios de comunicación en forma de caudal incesante, contenido y disuelto a la vez en el gran océano de internet.
Tan sorprendente como el siglo XXI, un tiempo nuevo que se tragó al anterior sin masticarlo primero, aquel que se nos hizo viejo de repente, después de parir varias guerras y equilibrar la balanza con dos ideologías antagónicas, dos formas de concebir las relaciones entre los ciudadanos, apenas reconocibles en la actualidad, pues el comunismo perdió la batalla y el capitalismo ha delegado su responsabilidad en la financiarición de los bienes y servicios.
Tan perdidos como la socialdemocracia y el bienestar común, relegados por el enfoque neoliberal que premia el triunfo del individuo sobre sus competidores.
Tan revelador como que el mercado haya adquirido la categoría de Dios omnipotente, lo que da sentido a la existencia desde nuestra última y única condición de consumidores cuya valoración social depende de cuánto y hasta cuando somos capaces de comprar.
Tan familiar como que la cultura sea algo propio de seres utópicos y extravagantes, gente que vive en los bordes del perímetro de seguridad, desafiando la comodidad indiferente para colocarnos frente al espejo.
Artículo publicado en el Diario La Opinión de Tenerife, el 18/03/2014
http://www.laopinion.es/opinion/2014/03/18/certezas/531567.html
Cuando las certezas crean más angustia que las incertidumbres, mal vamos amigo.
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