No llores más, no soy quien tú crees ni tampoco hice por ti lo que te han contado, lo siento. En realidad, fui escogido como el instrumento necesario, un títere apuesto para seducir a los españoles, hasta que me convertí en un peligro, porque había comenzado a pensar por mí mismo.
Nunca sospecharon que un muchacho de provincias, formado en el movimiento nacional del régimen franquista, un chico con la cara al sol y la camisa nueva, fuera a salirse del tiesto de esa forma y llegase a tener sus propias aspiraciones de poder. Los militares se asustaron al comprobar que el agente Suárez estaba fuera de control y presionaron al Rey, el único que confiaba en mí –eso pensaba yo– pues siempre lo consideré mi amigo, aunque al final terminó traicionándome como todos los demás.
Al principio me dejaron actuar, y parecía que iba logrando los objetivos, la compleja transición hacia una oligarquía de partidos incluyendo a los comunistas de Carrillo, como paso previo a la democracia real, pero esto último no entraba en los planes de las élites que manejaron aquel proceso –ahora lo sé– y que todavía hoy continúan resistiéndose a soltar el mando. Con cada batalla ganada sentía crecer mi ambición, al ver que el pueblo me consideraba su líder, el país me quería y me llamaba: presidente. Al mismo tiempo que la opinión oficial se deshacía en halagos, los enemigos dentro y fuera de los cuarteles se multiplicaban para conspirar en mi contra. Pronto se dieron cuenta de que yo carecía de visión y estrategia para consolidar un proyecto duradero.
Suárez y su misión personal eran un estorbo y el mismo estado –que lo había parido–acabó devorando a su hombre. Me dejaron solo.
En una pirueta del destino, no exenta de ciertas sospechas, el día de mi comparecencia en el Congreso me fue imposible dar cuenta de la sonada dimisión a la que fui forzado, pues se produjo un fallido golpe al gobierno, el ruido de sables cuyo eco estará siempre lleno de sombras.
Pasó el tiempo y trate de reconstruir mi teórica carrera creando un nuevo partido, pero mi capital político ya estaba amortizado. Después vino la retirada de la vida pública y el silencio en el que me dejaban las páginas en blanco tras borrarse de mi mente.
Hoy, al recuperar la memoria me he acordado de ti y de lo que algún día creí soñar y me entristezco al ver romperse las costuras de aquello que se construyó a base de esfuerzos y renuncias, así que la historia vuelve a reclamarnos un consenso sobre la imprescindible revisión del modelo de estado.
No llores por mí, Democracia, porque vives en los rostros de la gente, y no en los arribistas de la monarquía parlamentaria.
Cuando el pueblo grite en la calle, ahí estaré yo, para besar tu nombre.
Artículo publicado en el Diario La Opinión de Tenerife, el 03/04/2014
http://www.laopinion.es/opinion/2014/04/03/llores-democracia/534746.html
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