Las consecuencias políticas del movimiento 15-M han llegado tres años después de que aquella manifestación espontánea de descontento social fuese objeto de menosprecio por todos los que se apresuraron a tildarla de frágil espuma que pronto se acabaría disolviendo en su propia irrelevancia.
Un partido constituido el pasado marzo, sin medios económicos, sin una estructura, sin profesionales con experiencia en campañas electorales y con poco más que un líder no tan conocido pero con un mensaje claro, ha conseguido lo inesperado, haciendo saltar por los aires las previsiones de los sondeos que les otorgaban apenas un escaño en el marciano Parlamento Europeo.
El principio del fin para el PSOE comenzó con aquella comparecencia de un lacónico Zapatero informando al país de los drásticos recortes que se iban a acometer –"me cueste lo que me cueste"–, después vendrían los cambios en la Constitución y más recortes en una secuencia de sucesivos pactos con el PP. Su sucesor, Rajoy el impasible, se ha dedicado a continuar esa política de obediencia al mandato de la troika. El rescate a los bancos, la corrupción, los desahucios y un sinfín de humillaciones a la ciudadanía fueron generando una creciente indignación que tuvo su eco a escala global sembrando varias ciudades del planeta con muchas frases inéditas que reclamaban una democracia real basada en la recuperación de la soberanía de los estados, en manos de los mercados financieros y el fin de la sumisión a los intereses de la deuda, todo con la excusa de la llamada crisis, una operación de corte neoliberal para acabar con el estado de bienestar y enriquecer a un 1% de la población, empobreciendo al 99% restante.
El insoportable paro y la situación desesperada de muchas familias continua provocando una gran desafección hacia la clase política. La ausencia de respuestas convincentes por parte de la izquierda tradicional postrada en una actitud de connivencia con el capitalismo financiero, ha contribuido a la germinación de una simple palabra, símbolo universal de protesta y a la vez enérgica consigna contra el derrotismo.
Podemos no es sólo una agrupación de izquierda verdadera con mucha repercusión en las redes sociales, sino que se trata de un nuevo fenómeno social que responde a la imperiosa necesidad de recuperar el ejercicio de la acción política desde las bases, eligiendo a candidatos que viven en nuestra misma realidad y que se enfrentan al rodillo mediático del poder establecido, desprovistos de bagaje político, y eso mismo es lo que las hace diferentes a lo que Pablo Iglesias denomina "la casta", porque están despolitizadas, son gente de a pie, jóvenes bien formados en su mayoría, la generación llamada a protagonizar una gran descontaminación de aire sucio con el aval de las urnas.
A partir de ahora, comienza el gran reto para esta organización de círculos, pues su principal desafío consistirá en movilizar a un gran porcentaje de la población que no piensa ir a votar nunca más. Carecen de implantación en los municipios y su programa es muy discutible, aunque no parecen tener alergia al debate interno, y sobre todo, seamos o no simpatizantes de sus postulados, hay que reconocer que han sabido devolver la esperanza en la capacidad para lograr una auténtica transformación, denunciando la brecha de la desigualdad y cambiando la vieja dialéctica entre izquierdas y derechas por la de los pocos de arriba contra los casi todos de abajo.
Podemos ha soliviantado al bipartidismo con un argumento real de 1,2 millones de respetables votos. La verdad es que, para tratarse de una utopía, no esta nada mal.
Artículo publicado en el Diario La Opinión de Tenerife el 30/05/2014
http://www.laopinion.es/opinion/2014/05/30/utopia/545038.html