La capacidad de sorpresa continúa superándose a sí misma ante el descubrimiento de nuevas certezas. El caudal informativo nos presenta un sistema con enormes agujeros en sus estructuras hegemónicas. Las mentiras del pasado salen a la luz señalando a representantes públicos que habían acumulado cierto grado de respetabilidad, y que ahora se declaran deshonestos o son acusados de cometer todo tipo de irregularidades desde posiciones de privilegio.
El poder estaba corrompido y lo sigue estando. Ya no cabe otra conclusión para resumir los usos y costumbres de todos aquellos que en algún momento fueron tentados por la codicia.
Sería injusto excluirnos –a la población en general– de la responsabilidad adquirida por haber convertido las prácticas poco éticas en una parte fundamental de nuestro modo de vida. La democracia real se construye entre todos y no debería dejarse en manos de la clase política, como un ente ajeno y abstracto, para que la gestionen en privado, sin contar con nuestra participación activa y frecuente. Es imposible cambiar todo lo que nos indigna limitándonos a la queja recurrente, como si fueran otros los que tienen que arreglarlo en nombre del pueblo, pero sin contar con su complicidad.
Tenemos mucho que decir y poseemos un alto grado de influencia en el diseño del nuevo tiempo que se avecina. El derrumbamiento del modelo anterior exige dar un paso adelante por parte de los protagonistas del relevo generacional. Los sectores sociales deben implicarse en la adopción de actitudes que promuevan la integración y la participación de la ciudadanía en ese proceso transformador. Las siglas o marcas políticas van a perder importancia en favor de la percepción que tengamos sobre la credibilidad de los aspirantes a administrar los desafíos de la globalización.
La historia de una tormenta financiera que desata varias crisis en un barco llamado fraude, nos reduce a la condición de náufragos arrojados a un paraíso que nos resulta extrañamente familiar. Nos encontramos desnudos de ideas y las referencias anteriores ya no sirven, así que nos toca inventar una alternativa a lo que conocemos. Un proyecto de economía al servicio del bien común y el influyente lobby ciudadano dedicándose a compartir cuotas de felicidad, repartiendo los dividendos para garantizar la estabilidad de los implicados en esta apasionante aventura.
En nuestro interior sabemos que no es el único, pero si el mejor camino que podríamos tomar.
Artículo publicado en el Diario La Opinión de Tenerife, el 16/09/2014
http://www.laopinion.es/opinion/2014/09/16/desnudos-paraiso/564303.html
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