Si preguntásemos a jóvenes de dieciocho años con que partido político se sienten identificados, cual es su ideología o que instituciones merecen su confianza, probablemente nos encontraríamos con un alto porcentaje de respuestas relacionadas con toda la información que comparten en las redes sociales. Si a lo anterior, añadimos algunas cuestiones sobre su grado de aceptación del tipo de sociedad en la que viven, nos sorprendería una cierta unanimidad en sus críticas, entre otras, a las estructuras jerárquicas y a los abusos de las élites económicas.
La generación Y, la mejor formada e informada, huye de los convencionalismos, retrasando los ritos de la edad adulta. Convierten lo local en global sin dificultad, inventando un mundo que multiplica el intercambio de bienes y servicios de una manera cada vez más rápida, fácil y barata.
Los nativos de la era digital buscan la innovación constante, normalizan la necesidad del fracaso como aprendizaje y desarrollan proyectos que aportan soluciones para un gigantesco número de usuarios. A estos hijos de la revolución tecnológica no les importan tanto los símbolos, ni la raza o la religión, sino la capacidad para crear aplicaciones que cambien nuestra vida, incluso las que no obtienen grandes beneficios a corto plazo. Su objetivo es integrar, no dividir, y esto va a provocar enormes transformaciones en la forma de concebir las relaciones humanas.
Los futuros responsables de tomar decisiones que afectarán a la comunidad, entienden el liderazgo en equipo, favoreciendo mayor participación y horizontalidad en los procesos sociales. Asimilan la transparencia con naturalidad, de tal modo que los mecanismos de control de la población mediante el espionaje, ejercidos por grandes corporaciones o agencias de seguridad, están teniendo que enfrentarse a las mismas acciones en sentido inverso. Aumenta la puesta en circulación de información clasificada, por parte de organizaciones que destapan violaciones de los derechos humanos o publican tramas orquestadas en despachos oficiales. La creciente imposibilidad de preservar la intimidad de personas y gobiernos provoca que los secretos terminen expuestos a la luz pública, como un gran hermano recabando datos y al servicio de la ciudadanía convertida en contra poder, ante las agresiones de estados o multinacionales.
El rechazo a los nacionalismos que justifican las fronteras apelando a las emociones, hace que la idea de patria empiece a asociarse a internet, el espacio sin muros ni banderas, donde pueden conectarse en tiempo real fomentando el asociacionismo entre particulares o grupos que, aún estando a miles de kilómetros, acaban estableciendo lazos de unión cuando ponen en común experiencias y conocimiento. Las distancias físicas y psicológicas desaparecen generando personas con un menor sentido de pertenencia a los límites geográficos de un territorio concreto.
El rechazo a los nacionalismos que justifican las fronteras apelando a las emociones, hace que la idea de patria empiece a asociarse a internet, el espacio sin muros ni banderas, donde pueden conectarse en tiempo real fomentando el asociacionismo entre particulares o grupos que, aún estando a miles de kilómetros, acaban estableciendo lazos de unión cuando ponen en común experiencias y conocimiento. Las distancias físicas y psicológicas desaparecen generando personas con un menor sentido de pertenencia a los límites geográficos de un territorio concreto.
Mientras los modelos conocidos se descubren obsoletos, comienza la gestación de una nueva cultura que construye referentes distintos en un entorno globalizado. En algunos aspectos, se están dando las condiciones para que el individualismo extremo, una vez superado el sistema actual, inicie la catarsis hacia un tipo de convivencia más racional y equilibrada, con la complicidad de los actuales niños, la generación Z.
Artículo publicado en el Diario La Opinión de Tenerife, el 30/12/2014
http://www.laopinion.es/opinion/2014/12/30/generacion/583114.html
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