Incertidumbre económica, crisis política, cambio climático, transformación social, inestabilidad laboral, pérdida de confianza, cuestionamiento de la identidad, alteración en los valores morales. La revolución es de tal magnitud, que los sucesos y descubrimientos que han determinado el desarrollo de las civilizaciones y el ritmo del progreso, parecen apuntar a una especie de colapso, dando lugar a un cambio radical en la concepción de la propia historia. Los recursos de la memoria y la experiencia acumulados, apenas sirven para ofrecer respuestas a la complejidad de las nuevas situaciones planteadas.
Las instituciones de los estados nación, los gobiernos totalitarios, o las monarquías que aún perduran, continúan atascados en la visión de lo local, por lo difícil que les resulta asumir una realidad global. El viejo mundo bipolar ha caducado y la mutación producida, obliga a gestionar la interdependencia a todos los niveles. Las grandes potencias muestran una creciente debilidad, al verse incapaces de mantener la clásica hegemonía sobre las áreas geográficas objeto de sus intereses. El rumbo de los acontecimientos en torno a los conflictos bélicos, al incierto futuro de las democracias occidentales, a la presión migratoria en Europa, al terrorismo internacional y sus ramificaciones, a la guerra de divisas, a la bajada del precio del petróleo, o al brusco ajuste de la economía china, son algunas piezas de un mismo rompecabezas que arroja demasiadas incógnitas y ninguna certeza. El término variable, tan utilizado en la información bursátil, dibuja un tiempo de fragmentación y de estructuras volátiles, que desaparecen o se fusionan continuamente. Vivimos un proceso de deconstrucción, cuya estética queda de manifiesto en la arquitectura deconstructivista, en la gastronomía y en las artes.
La evidencia de un mundo poblado por seres conectados y controlados a través de dispositivos electrónicos, junto a las innumerables aplicaciones de la inteligencia artificial en todos los ámbitos, rompe con las referencias existentes. La influencia que aún ejercen las diferentes religiones -entre otras expresiones culturales- sobre las organizaciones sociales, se erige como la última frontera que nos separa de la definitiva catarsis -entendida también como purificación- en la conciencia individual y colectiva. La cosificación promovida por el avance de la tecno ciencia, puede modificar sustancialmente la percepción de la existencia. La modernidad y sus mitos han muerto, cediendo el testigo a un presente continuo desprovisto de nostalgia.
Los nativos del siglo XX podríamos convertirnos en el próximo neandertal para las generaciones venideras. Precisamente por eso, en nuestro actual universo de ignorancia, no deberíamos olvidarnos de sonreír y practicar la esperanza.
Artículo publicado en la edición digital del Diario La Opinión de Tenerife el martes 12/01/2016
http://www.laopinion.es/opinion/2016/01/12/catarsis/649438.html
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