El círculo, desde su origen, es una forma geométrica que funciona absorbiendo a las demás. Dibujar un círculo es el modo primario de representación, el más infantil, y a la vez, el más rotundo. El carácter obstinado de las líneas rectas que definen a cuadrados, rectángulos o triángulos, dificulta su adaptación a las vicisitudes del camino. Una rueda sortea los baches, afronta la dureza de las cuestas y aminora la velocidad en las pendientes. Cuando tropieza con alguna piedra, su particular anatomía le permite remontar cualquier obstáculo y continuar rodando. Incluso en zonas empantanadas o de máximo riesgo, la salida de emergencia se parece a un salvavidas redondo, al que nos agarramos para evitar ahogarnos en la zozobra cotidiana.
La habilidad del círculo estriba en su capacidad para asumir lo que va encontrándose y, sin apenas sufrir daños, conseguir integrar a las aristas más resistentes, a los tridimensionales cubos, o a las arrogantes pirámides, que sucumben rodeados por el paso del tiempo, que es un eterno circulo. La complejidad del inteligente dodecaedro claudica ante la mágica sencillez de la circularidad, que no tiene principio ni fin. Un universo de círculos superpuestos que todo lo admiten, que todo lo aguantan, que todo lo digieren. En contra de lo que se piensa, el círculo no es un circuito cerrado del que no se pueda salir ni entrar, porque es tan amoldable como la plastilina, un material blando pero muy resistente, con el que construimos estructuras que simbolizan figuras humanas, casas, aviones o árboles, con aspecto de cierta solidez, hasta que se nos ocurre apretarlos y volver a hacer la misma masa redonda del inicio y vuelta a empezar con el juego de la existencia.
Los boliches, el balón de fútbol, el hula hop o el reloj que marca las empecinadas horas en lo alto de la torre, las rotondas que nos dan la oportunidad de seguir pensando, mientras damos los rodeos que necesitamos, si nos equivocamos en nuestras decisiones. Múltiples ejemplos de la movilidad de las esferas en un planeta que gira a gran velocidad, conteniendo la colosal energía de fuerzas contrapuestas. Hay ciclos históricos en los que se producen reacciones violentas, desencadenadas por vértices extremistas o por la clonación indiscriminada de paralelas cruzadas por perpendiculares, que se dedican a proclamar verdades absolutas. Al final, estos desafíos acaban siendo tragados por la voracidad del futuro, factor que junto al pasado y presente, conforma el sentido circular de la irresoluble realidad.
Por el círculo vital desfilan sustantivos, adjetivos y verbos. Bailan en la ruleta los números, las operaciones, las estrategias y los planes. El infinito bucle que nos lleva de nuevo a un punto de partida, que siempre desemboca en otro final, para dar paso al comienzo. En esta sucesión, nacimiento y muerte se necesitan como las dos caras de una misma moneda redonda. Ante un eventual proceso de deconstruccion, convendría entender la relativa curvatura del horizonte.
Artículo publicado en la edición digital del diario La Opinión de Tenerife, el 26/05/2016
http://www.laopinion.es/opinion/2016/05/26/circulo/677929.html
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