4/8/17

La vida en una nube


A veces sueño que vivo en una nube, mecido por escalones de niebla que se disipan para volver a cerrarse sobre sí mismos. En las alturas, me asomo al batir de las olas que rompen allá abajo y vierten su caudal de humedad desde muy arriba, atravesando entre jirones acuosos el silencio de esta naturaleza volcánica. En la penumbra, escucho el tic tac del cuco marcando horas descompuestas en minutos y segundos, iguales pero distintos al tiempo del día que murió y que anda vagando a la espera del reencuentro. Regreso a la nube y veo despegar aquel satélite soviético, el Sputnik, ascendiendo veloz dentro de un vaso de ron con hielo. En lo profundo de mi interior, surge el sonido acompasado de la percusión y un pianista que baila, jugando a improvisar saltos y piruetas sin más limite que el de la nubosa imaginación. Fuera, la luna sigue los pasos a la noche joven que camina deprisa, ignorando a la nube vigilante transformada en una playa de arena nueva, negra y muda como la noche recubierta de pisadas viejas. Al darme la vuelta, el abismo que quiere avisarme de sueños atrás, la infancia en casa de mis abuelos, que también viven y sueñan en la misma nube que yo. La plaza de siempre tapizada de mesas y sillas alrededor del quiosco que sobresale en el centro de la nube. Conversación, risas, alguna lágrima en el laberinto de nuestro camino errático a la sombra del fuego que nos devora la carne y los huesos. Visitantes que llegan desde nubes lejanas, colonos esparcidos en el regazo de valles somnolientos, calles de colores, esquinas de viento que van y vienen. Discos de vinilo clasificados por emociones y deseos, registradores de sueños como los de la nube que me sueña viviendo en ella.

Artículo publicado en el diario La Opinión de Tenerife el 04/08/2017




No hay comentarios:

Publicar un comentario