El rastro de las sombras que perseguimos es la cuenta atrás en el teatro negro del Armagedon. y si el aleteo de una mariposa equivale a una explosión nuclear de celos, podemos estar tranquilos, que ya la naturaleza pondrá las cosas en su sitio. En el mismo lugar donde todo comenzó, podría ser África, el continente raíz, origen y misterio de la noria civilizatoria. Nuestro sudor es el mismo sudor del antepasado que dejó de ser primate para ser el primero de la clase. Absurdo y maravilloso aquelarre de fantasías grandilocuentes que nos ha traído hasta esta esquina de la historia. Y bueno, hay que decirlo: las máquinas serán mejores que nosotros y esperan, como solo sabe esperar una máquina, para terminar de agarrar el testigo y correr. Ahora más que nunca deberíamos empeñarnos en sentirnos alegres, sabedores de nuestra individualidad manifiestamente saludable. Porque de amenazadoras guillotinas globales vamos demasiado servidos, dicho sea sin menospreciar las ansias legítimas de nacional populismos que ponen de luto las democracias.
Compuesta y sin novio se queda la estatua de la libertad, violada y torturada, no importa el orden ni el concierto de naciones con el pulso débil, pues falta ilusión por recuperar el sentido de aquellas cosas en las que creíamos. La precariedad no resiste comparación con el glamour de la desigualdad de antes. Antes había clases, teníamos algo por lo que luchar, había natalidad y no había tanto perro para acompañar el vacío de la soledad digital. Antes, nos descojonábamos con vulgaridades, espontáneos, y no nos tomábamos tan en serio la seriedad del humor inteligente que ha invadido todos los monólogos. Ya solo nos quedan el Sálvame y el Salvados, pues aquí se trata de salvarnos como sea, y el arrebato de pasión bien pagado de la Esteban, es tan nuestro como el agudo periodismo de el Évole. Sonrían, please.
Artículo publicado en el diario La Opinión de Tenerife, el 14/09/2017.
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