12/10/17

Post Spain

Lo que más me sorprende del desafío independentista es que haya conseguido movilizar a tantos aburridos consumidores de la nada pasajera que llamamos democracia. Esta reafirmación de la identidad, este cierre de filas en torno a la unidad de una nación plural, marca un hito histórico que debemos agradecer al proyecto secesionista, cuyo impulso final propició Artur Mas, cuando se dio cuenta de que la ferocidad de la crisis y el 15-M viraban Catalunya hacia la izquierda. La antigua Convergencia, terminó abrazando a Esquerra y a la CUP, en una maniobra de simple supervivencia política. Pero en la vida ocurre que nuestras acciones no solo cambian el presente, sino que también son capaces de alterar el incierto futuro. Y llegados a este punto asistimos, perplejos, al inicio de una nueva transición política y social en una España necesitada de regeneración. La débil recuperación económica, la deuda que aumenta, el previsible ajuste en el sistema de pensiones, el paro estructural a pesar de la burbuja turística, y la corrupción sistémica que actúa como la savia, desde las raíces hasta la última rama de nuestro árbol genealógico, son el magma incandescente que transcurre bajo el artificio de la revuelta civil. En las redes se cruzan insultos con monólogos, y en las familias se enfadan los que están muy a favor con los que están demasiado en contra, mientras la equidistante bandera blanca trata de ganar influencia. La cercanía de sabernos a punto de caer al abismo, obedece más a deducciones ofrecidas en bandeja por la lógica de los acontecimientos, que a una reflexión sosegada sobre la exagerada manipulación a la que estamos sometidos. La emoción colectiva tele dirigida que porta banderas, es el fantasma de un Estado que prefiere trasladar su miedo a los ciudadanos en vez de atreverse a superar el franquismo sociológico y construir una disruptiva e inaplazable post Spain.

Artículo publicado en el diario La Opinión de Tenerife el 12/10/2107.




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