26/4/18

La desaparición del liderazgo



Para aspirar a una forma de liderazgo que marque tendencia, hay que llegar a la masa crítica mediante la construcción de personajes y relatos escogidos en función de nuestros gustos, miedos, anhelos y, en definitiva, de lo que apela a nuestras emociones básicas. Nuevas herramientas de espionaje masivo realizan minería de datos, escudriñan cada perfil de usuario en las redes sociales, hasta conseguir la capacidad de influir en nuestras decisiones, predecir lo que haremos mañana, o medir nuestra intención de voto sobre el candidato que nos han precocinado. Se trata de plataformas inteligentes que sirven de guía para diseñar estrategias y generar realidades alternativas. 

El sujeto que mejor encarna este desarrollo del anti líder, es Donald Trump, el inesperado Presidente norteamericano que publica tuits, con el tipo de mensajes que los algoritmos le aconsejan. El big data garantiza conclusiones fiables, sin apenas margen de error, sobre el contenido que vuelca a una audiencia digital, que valora la reacción instantánea por encima de cualquier otra consideración. En la era del entretenimiento, nos abrazamos a un capitalismo descerebrado, acumulador de seguidores que interactúan con todo aquello que consumen, que opinan compulsivamente, que acaban siendo coproductores y, en último término, creadores y destructores de las personas o símbolos que aman u odian.

La política, al igual que la expresión intelectual, musical o artística, se ha convertido en una empresa cuyo éxito radica en la rentabilidad basada en conocer bien al público, para venderle más y mejor su producto, una mercancía perecedera que hace imposible la tentativa de una permanencia sólida. La voracidad de internet diluye iconos y referentes del pasado, presente y futuro, mientras alimentamos con entusiasmo al creciente neofascismo que gestiona nuestro modo de pensar y de vivir. El vacío de líderes en Occidente, confirma su decadencia y fortalece al adoctrinamiento que se esconde tras un me gusta.

12/4/18

Nadie se escucha

El Parlamento es un ente ignorado por la sociedad. Aquí y allá, se celebran sesiones boomerang entre políticos y medios de comunicación, desganada conversación que resuena en exclusiva y hacia dentro. La información mana del interior del búnker e inmediatamente rebota en los muros que lo rodean, durante el tiempo establecido por la obligación de presentarse a cobrar. Cuando termina, la cámara queda suspendida en el silencio existencial de una nada inventada. En la calle, circula gente que mira su móvil y apenas de comunica, solo transmite y recibe el discurrir del mismo diálogo sordo que habita en las instituciones, fiel espejo del sellamiento emocional producido por la saturación.


Escuchar al otro se ha vuelto una pérdida de tiempo. Tenemos mucha prisa por llegar a lo siguiente de lo siguiente, sin concesiones para el análisis de las heridas tapadas bajo una manta de hastío generalizado. Pasamos por alto lo que pasa, guiados por un incontrolable impulso de satisfacción plástica, y es entonces cuando todo el esperpento es demasiado real como para acertar a distinguir lo estrambótico de lo habitual. Se suceden manifestaciones, protestas aceptablemente inútiles, reflejo del mismo fenómeno que nos atrapa en el aburrido malestar de echar la culpa a los demás, para justificar la inoperancia propia y ajustar cuentas con la ajena. Debates sobre el estado de la mediocridad que degradan esta democracia menuda, en función de intereses trepados a un cortoplacismo rampante que supura intoxicación, y al que luego ordenan pasar la fregona para que no huela mal.

Apariencias estratégicas sobre proyectos tridimensionales, visualmente atractivos y específicamente irreprochables en impactantes eventos y foros, que se diluyen en el escaso recuerdo colectivo, con más rapidez que las buenas intenciones. Nidos de narcisos profesionales, que se remiran mientras salivan delicias gastronómicas, salvaguardando la distancia de seguridad con el desbocado aumento de la violencia. Crece el ruido, pero nadie se escucha.


Artículo publicado en el Diario La Opinión de Tenerife el 12/04/2018