Para aspirar a una forma de liderazgo que marque tendencia, hay que llegar a la masa crítica mediante la construcción de personajes y relatos escogidos en función de nuestros gustos, miedos, anhelos y, en definitiva, de lo que apela a nuestras emociones básicas. Nuevas herramientas de espionaje masivo realizan minería de datos, escudriñan cada perfil de usuario en las redes sociales, hasta conseguir la capacidad de influir en nuestras decisiones, predecir lo que haremos mañana, o medir nuestra intención de voto sobre el candidato que nos han precocinado. Se trata de plataformas inteligentes que sirven de guía para diseñar estrategias y generar realidades alternativas.
El sujeto que mejor encarna este desarrollo del anti líder, es Donald Trump, el inesperado Presidente norteamericano que publica tuits, con el tipo de mensajes que los algoritmos le aconsejan. El big data garantiza conclusiones fiables, sin apenas margen de error, sobre el contenido que vuelca a una audiencia digital, que valora la reacción instantánea por encima de cualquier otra consideración. En la era del entretenimiento, nos abrazamos a un capitalismo descerebrado, acumulador de seguidores que interactúan con todo aquello que consumen, que opinan compulsivamente, que acaban siendo coproductores y, en último término, creadores y destructores de las personas o símbolos que aman u odian.
La política, al igual que la expresión intelectual, musical o artística, se ha convertido en una empresa cuyo éxito radica en la rentabilidad basada en conocer bien al público, para venderle más y mejor su producto, una mercancía perecedera que hace imposible la tentativa de una permanencia sólida. La voracidad de internet diluye iconos y referentes del pasado, presente y futuro, mientras alimentamos con entusiasmo al creciente neofascismo que gestiona nuestro modo de pensar y de vivir. El vacío de líderes en Occidente, confirma su decadencia y fortalece al adoctrinamiento que se esconde tras un me gusta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario