El Parlamento es un ente ignorado por la sociedad. Aquí y allá, se celebran sesiones boomerang entre políticos y medios de comunicación, desganada conversación que resuena en exclusiva y hacia dentro. La información mana del interior del búnker e inmediatamente rebota en los muros que lo rodean, durante el tiempo establecido por la obligación de presentarse a cobrar. Cuando termina, la cámara queda suspendida en el silencio existencial de una nada inventada. En la calle, circula gente que mira su móvil y apenas de comunica, solo transmite y recibe el discurrir del mismo diálogo sordo que habita en las instituciones, fiel espejo del sellamiento emocional producido por la saturación.
Escuchar al otro se ha vuelto una pérdida de tiempo. Tenemos mucha prisa por llegar a lo siguiente de lo siguiente, sin concesiones para el análisis de las heridas tapadas bajo una manta de hastío generalizado. Pasamos por alto lo que pasa, guiados por un incontrolable impulso de satisfacción plástica, y es entonces cuando todo el esperpento es demasiado real como para acertar a distinguir lo estrambótico de lo habitual. Se suceden manifestaciones, protestas aceptablemente inútiles, reflejo del mismo fenómeno que nos atrapa en el aburrido malestar de echar la culpa a los demás, para justificar la inoperancia propia y ajustar cuentas con la ajena. Debates sobre el estado de la mediocridad que degradan esta democracia menuda, en función de intereses trepados a un cortoplacismo rampante que supura intoxicación, y al que luego ordenan pasar la fregona para que no huela mal.
Apariencias estratégicas sobre proyectos tridimensionales, visualmente atractivos y específicamente irreprochables en impactantes eventos y foros, que se diluyen en el escaso recuerdo colectivo, con más rapidez que las buenas intenciones. Nidos de narcisos profesionales, que se remiran mientras salivan delicias gastronómicas, salvaguardando la distancia de seguridad con el desbocado aumento de la violencia. Crece el ruido, pero nadie se escucha.
Artículo publicado en el Diario La Opinión de Tenerife el 12/04/2018
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