Esfinges metamórficas y calladas. Rostros esculpidos por un delicado viento de corrupción. Rocas alisadas en la eternidad de juicios altoparlantes. Piedras milenarias que en otro tiempo fueron cargos estratosféricos de lo público. A la vista de todos yacen desnudos, sin trajes ni chalés accesorios y sin cuentas en La Suisse. Carroña petrificada para la curiosidad de jóvenes gaviotas ávidas de poder, hambrientas sucesoras en los reinos del azul futuro.
Hay algo de romántico en la dieta, a veces carnívora, algunos días herbívora, y casi nunca lacto vegetariana, del gran dragón gallego. Hoy desayunaré huevos de Bárcenas con jamón; más tarde, un aperitivo con frutos secos del Aznarato; en el almuerzo, un buen filete regado con vino denominación Aguirre; a eso de la media tarde, un gin-tonic a Rato y, para cenar, ensalada con Nachos González, graciosos trocitos de navío semi sumergidos en salsa de aguacate, que nadan a la deriva. Un ratito de lectura placentera sobre astros del fútbol, y hasta mañana, que será otro día de "cosas que hay que hacer bien hechas", mensajes de apoyo inequívoco, porque "yo no sabía nada, y además esa persona es de la total confianza del partido", seguidos de otros condenatorios, al estilo "quien la hace la paga, ya se lo digo yo". Y "no hay más preguntas". Próxima estación: El Gobierno en el centro de una mega urbanización, construida sobre ruinas históricas. La piedra angular con gafas, que sobrevive a la catástrofe habitual de lo que queda de su familia de piedras, antes compañeras de la política pedregosa, ahora fósiles hallados en cárceles y destierros televisivos. Como la laja que lanza una mano diestra sobre el lago de aguas turbias, las ondas crean más ondas, hasta llegar a los oportunos desagües. El pueblo, pueblerino y emancipado de todo mal, respirará tranquilo al ver remansarse la ciénaga. Después, otra piedra y otra más tarde. Se van hundiendo hasta que descansan, plácidas, en el sueño rajoyano, manteniendo el el fondo de lodo compacto, dureza pétrea. Las estaciones cambian, pero la piel del gran dragón gallego nunca cambia de aspecto. Su corazón fuerte resiste al paso de los días y de las piedras. y solo en la mirada extraviada, el entrañable hálito nostálgico de aquel administrador de provincias.
Artículo publicado en el Diario La Opinión de Tenerife, el 04/05/2017.
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