En Patria, la imprescindible novela de Fernando Aramburu, la lluvia no es solo otro personaje más. La constante, persistente lluvia, elemento central al que se anuda un relato que, sin este grueso telón de fondo, perdería gran parte de su crudo realismo. La oscuridad y el frío intenso que calan en lo más profundo de unas conciencias abatidas por el miedo a expresarse en libertad. La voluntad castrada por la exaltación de ideas que justifican la bandera del terrorismo, como un despiadado proveedor de locuras domésticas. La lluvia y el rastro de muerte que la acompaña, cotidiana dureza a ras de un suelo poblado de vidas destrozadas, y la desarticulación de la, ya de por sí, compleja cohesión social, nos enseñan a tomar conciencia de lo que significa disfrutar de períodos de paz, bajo unas mínimas garantías democráticas. Es extremadamente fácil caer en una lluvia de odio y sinrazón, sin que nadie se atreva a elevar la voz de la cordura sobre el imperio de la barbarie.
Duelo a garrotazos. Francisco de Goya. (Museo del Prado) |
La historia de la humanidad y, en particular, la de España, lleva la violencia grabada en el código genético, el ancestral y sofisticado recurso de la fuerza en sus diferentes formas. Ante las actuales calenturas nacionales y globales, conviene no perder de vista el instinto más antiguo, el resultado de un fracaso colectivo que, a la vez, supone una especie de éxito para quien se considere ganador económico, político, intelectual, espiritual y moral -elíjase el que proceda- de una contienda entre personas, tribus, religiones o estados. Las soluciones dialogadas, últimamente en bochornosa decadencia, son la vía menos mala para traernos otro tipo de lluvia. La que cae mansa, empapando el entendimiento para ayudarlo a abrirse camino hasta encontrar la luz necesaria. La lluvia, símbolo de fertilidad y curación de terribles sequías mentales.
Artículo publicado en el diario La Opinión de Tenerife, el 29/06/2017
No hay comentarios:
Publicar un comentario