"Cada uno muere como puede". La frase pronunciada por ese grandísimo actor que es Ricardo Darín, podría servir como colofón a una obra maestra. La complejidad del ser humano, sus contradicciones, pero por encima de todo, el amor. Ese algo que nos rodea, que nos sorprende cuando menos lo esperamos, como la visita inesperada de un amigo que viene a despedirse, como el repentino abrazo del hijo distante, como la serena compañía de un perro solitario que cuida de su dueño.
Truman es eso y mucho más. La dureza del encuentro frente a esta nueva sociedad llena de gente que solo se comunica con el móvil, el miedo contra la frialdad de un presupuesto funerario, la reconciliación como antídoto a la amargura de una certeza médica.
Vida, amor y muerte que danzan, se esconden y vuelven, siempre vuelven. Dos personajes antagónicos, magistralmente dirigidos por Cesc Gay, hilan la trama de una historia que dura cuatro días, sin apenas tiempo para contar nada más, porque lo importante no está tanto en lo que se dice, sino en esos fantásticos silencios, en la complicidad de dos miradas que se hablan y se comprenden, sin pronunciar palabra, dejando al espectador como el cómplice necesario para rellenar lo espacios en blanco.
Las buenas películas no necesitan grandes fuegos de artificio, solo la cruda verdad que se transmite desde el primer minuto. El gesto adusto de Javier Cámara y esa especie de sufrida solemnidad que no abandona en ningún momento, el contrapunto necesario para terminar de armar la tragicomedia a la que somos arrojados, desde que nacemos. Después de ver la luz, todo lo que hacemos es repetir la ceremonia de la supervivencia, tratando de huir de lo que nadie puede evitar, un acto absurdamente heroico el que nos propone esta existencia. Al final, volvemos al principio y vuelta a empezar con el mismo bucle repetido. Distintas caras, otras sonrisas, algunas lágrimas.
Lo único que nos diferencia de los animales, no es la valentía, ni la generosidad, ni siquiera la conciencia de nosotros mismos. Lo que de verdad nos hace únicos, es nuestra infinita capacidad para soportar con humor la ausencia, el abandono y la soledad. Extraños seres que siguen empeñados en agarrarse a un pedacito de felicidad, aun sabiendo de su absoluta irrelevancia.
Artículo publicado en la edición digital del Diario La Opinión de Tenerife, el 27/02/2016
http://www.laopinion.es/opinion/2016/02/27/truman/658541.html
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