En Europa, el descontento social radicaliza las posturas hacia la inevitable polarización. Los recortes, las reformas laborales o la fiscalidad agresiva, avivan la tensión en países condicionados por la diosa deuda y sus odiosos intereses a pagar. La erosión de la confianza hace mella en una clase media exhausta, que compra del discurso de los extremos. Los viejos y nuevos partidos ofrecen ilusionismo, basándose en recetas que pertenecen al pasado. La socialdemocracia continúa su lenta agonía, víctima de un proceso de vaciamiento ideológico. El centro moderado es un territorio de la nada, donde acuden a naufragar los últimos supervivientes de la sociedad del bienestar.
Francia, Alemania, España y la práctica totalidad de los estados europeos, viven una gigantesca crisis de identidad. Hasta hace poco, cualquier francés se sentía parte de algo importante, de unos ideales que trascendían, de una cierta cultura que cultivaba las libertades. Lo mismo le ocurría a un alemán orgulloso de sus virtudes, pero la amenaza del éxodo sirio ha echado por tierra muchas convicciones. En España, la división territorial y la dificultad para acometer una Segunda Transición, ensombrecen el panorama, con el tetra partidismo encerrado en una cárcel parlamentaria, dominada por la más mediocre de las ambiciones.
El crecimiento económico mundial no termina de enviar señales optimistas y el temor a otra recesión se cuela en los índices bursátiles. La desindustrialización de occidente ha trasladado los factores tradicionales de producción a China, Pakistán o India. Al mismo tiempo, las cifras de la economía colaborativa aumentan exponencialmente de tal modo, que sectores como la banca, las multinacionales del comercio o las grandes cadenas hoteleras, tratan de adaptarse acomodando el paso al desafío competitivo de los consumidores, practicantes entusiastas de una suerte de democracia liberalizadora en el planeta internet.
El poder reside en la información. Google, Apple, Facebook, Amazon y Ali Baba, son cinco grandes mega corporaciones que manejan los datos personales de millones de usuarios, sin distinción de raza o religión, sin leyes ni fronteras que los separen. Estas potencias tecnológicas disponen de recursos para influir en los gustos, las tendencias, en las opiniones que conforman la identidad global. Comunicación en tiempo real, continuos intercambios de servicios entre ofertantes y demandantes, que interactúan a todos los niveles en el espacio virtual, sustitutivo de la insostenible y aburrida realidad.
Las élites políticas, económicas y educativas están sumidas en un torbellino desintegrador. la fusión entre el hombre y la tecnología se vislumbra cada vez más cercana. Una inquietante aunque esperanzadora filosofía de la vida futura se está cocinando, mientras algunos primitivos continuamos enfrascados en tercos e inútiles debates sobre las cualidades cromáticas de los logotipos candidatos a ganar en las próximas elecciones de marca blanca.
Artículo publicado en edición impresa del diario La Opinión de Tenerife, el 9/06/2016.
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