El espíritu beligerante de PODEMOS no termina de sentirse cómodo en el Congreso. En muy poco tiempo han pasado, del asamblearismo en círculos, a ocupar los escaños de la odiada "casta". No es fácil mirarte al espejo y reconocer que se te empieza a poner cara de diputado. Pero esta relativa anomalía se desarrolla dentro de otra mayor. Aún hoy, en lo que todavía llamamos España, cuando careces de tradición histórica te mueves en el territorio de lo inmaduro. El lenguaje de las barricadas tiene que cambiar por el de la real politik, un trago duro de digerir por quienes apenas se han asomado a los cenáculos del poder.
Es peligrosamente imposible estar fuera y dentro al mismo tiempo. El lenguaje irreverente es efectivo y efectista en calles y plazas, pero se convierte en intransigencia y autoritarismo escupido desde la tribuna de los oradores. Hay que superar las viejas rabietas de juventud y empezar a comportarse de otro modo porque, de lo contrario, corres el riesgo de convertirse en la sombra de un púgil tonto, triste caricatura del personaje que has creado y justificación perfecta para que te identifiquen con el caos. Lo peor de Rajoy no es Rajoy, sino que enfrente no haya nadie mejor, capaz de seducir y aglutinar, lo que se dice, un auténtico líder.
En el actual contexto, PODEMOS comete el error de aplicar tácticas y estrategias del pleistoceno, rehuyendo su responsabilidad como actores del cambio. La vanidad los aleja de esa sociedad a la que tanto quieren salvar.
Artículo publicado en el diario La Opinión de Tenerife, el 03/11/2016
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