Este artículo ha sido coescrito con Ángel Lobo Rodrigo, Doctor en Derecho Administrativo y Presidente de la Federación Canaria de Surf.
Como todos los muros, el que quieren construir enfrente de San Andrés es sinónimo de separación y marca una línea fronteriza entre dos territorios interdependientes, el pueblo y su mar. Este planteamiento convierte a la gran ola en una peligrosa enemiga a la que hay que interponer el necesario obstáculo, rechazando su energía en lugar de modularla para obtener un generoso aprovechamiento. Resulta que existe una interesante alternativa al dique, pero no ha sido contemplada ni se ha explorado su viabilidad. Ocurre lo mismo cuando impedimos entrar a los forasteros, levantando vallas y alambradas, sin darles la posibilidad de sumarse a una comunidad que integre diversidad y tolerancia. El muro obedece a la necesidad de defendernos de un peligro exterior y por eso, cuanto más intensa es la desigualdad en una sociedad, más altos son los muros que separan a sus habitantes. Ese muro es el que anida en las cabezas pensantes de la clase dirigente canaria, incapaces de dar un paso adelante, hacia un futuro distinto, sacudiéndose un pasado que, con fugaces artificios pirotécnicos en lo económico, ha dejado nuestras islas flotando en un presente de incultura, derrotismo y pobreza.
La escollera de San Andrés, vendida por los políticos de siempre como un derecho de los ciudadanos a defenderse de las inundaciones, no es más que una solución con un enorme impacto visual, mediocre desde el punto de vista técnico, una masa gris sin alma. La comunidad científica ha propuesto estudiar las potencialidades del problema, ideando un arrecife artificial submarino que frene el oleaje antes de que alcance al pueblo, que promueva la flora y fauna local, que ayude a la diversificación económica de un barrio pesquero transformándolo en un enclave singular, único, un referente turístico del que disfrutemos tanto los que vivimos aquí como los visitantes. Sin embargo, por causa de la urgencia de los votos o al revés, malgastan la oportunidad condenando a un lugar con indudable atractivo a seguir viviendo en la ignorancia del que guarda un tesoro dentro de sí, sin que nadie le ayude nunca a descubrirlo.
El prolongado abandono institucional termina degenerando en aberrantes despropósitos, tal y como lleva sucediendo durante años en Puerto de la Cruz, claro ejemplo de cómo se puede proyectar una imagen rancia y cutre en un entorno privilegiado.
En Saint Andrews –vaya glamour– ya tenemos proyecto de escollera, otro mamotreto –en este caso levanta cuatro metros de altura sobre la superficie–, para que no se nos ocurra ver un poco más allá del corto plazo.
Nuestra clase política, lejos de cambiar el rumbo, sigue poniendo, como en la famosa canción de Pink Floyd (The Wall), otro ladrillo más en el muro, una opacidad que se antoja ya irrespirable, la mole espesa que nos esconde cualquier horizonte con una mínima pizca de visión estratégica.
Los meticulosos ingenieros de la chapuza endogámica siguen empeñados en sepultar la luz del paraíso bajo toneladas de hormigón.
Artículo publicado en el Diario La Opinión de Tenerife, el 15/07/2014
http://www.laopinion.es/opinion/2014/07/15/muro-san-andres/553108.html
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