La revolución tecnológica está provocando profundas alteraciones en nuestra forma de concebir las relaciones humanas. La especie dominante experimenta su propia mutación de forma paralela para lograr adaptarse a las nuevas circunstancias en una comunidad que comenzamos a considerar como global, pues la velocidad a la que viaja la información se traduce en asimilar el tremendo poder que supone, para cualquier persona, el hecho de transmitir una idea o propuesta que tarda unas pocas horas en ser recibida y reenviada por millones de semejantes, llegando a convertirse en fenómeno viral, una tendencia cuya vigencia temporal se mide en función del poso que vaya dejando en las redes sociales, en los innumerables blogs y en la prensa digital, el futuro presente de los medios de comunicación.
Si el imperio romano movilizaba a sus ejércitos con rapidez gracias a la mejora de las vías, si las ruedas de los coches hicieron las delicias de los afortunados viajeros que las estrenaron, o si los aviones a reacción marcaron un antes y un después, lo que atisbamos supera con mucho a todo lo anterior, porque en este caso, no es un simple salto de gigante desde el primer aparato telefónico, sino que se trata de un cambio de era, quizás el de mayor capacidad de transformación en la historia de las civilizaciones humanas.
Los últimos estudios científicos sobre el cambio climático nos conducen a visualizar catástrofes y desesperación en un contexto de grandes migraciones. Por tanto, sería previsible la evolución de la conciencia hacia el concepto de lo sostenible, por encima del egocentrismo inherente al individuo, ante la aparición de un deseo común de supervivencia concluyendo en la creación de la sociedad igualitaria, pero a ese estado sólo se llegaría tras haber agotado todos los recursos disponibles en la atávica guerra por el liderazgo que mantienen las diferentes tribus, hoy llamadas naciones, desde los orígenes de nuestra constante y ambiciosa búsqueda de la felicidad.
Internet no conoce fronteras entre países, no tiene bandera ni profesa religión alguna, no es una marca concreta. La red es el instrumento más integrador que ha conocido la azarosa raza humana, y es capaz de fusionar en un instante a gente que vive culturas distintas, incluso opuestas, por la sencilla razón de querer compartir con los demás sus inquietudes, opiniones y experiencias sobre todas aquellas realidades que les conciernen porque, en realidad, anhelamos expresar nuestros sentimientos, como en la magia de la música, esa intangibilidad que traspasa las barreras idiomáticas.
La praxis política, lejos de escapar al tsunami,se encuentra inmersa en un proceso de desintegración que afecta a los pilares sobre los que se fueron asentando sus estructuras oligárquicas. Las plataformas ciudadanas y los movimientos de protesta comienzan a cristalizar en organizaciones con auténticas opciones alternativas de gobierno, recuperando la participación y el contacto con los soberanos olvidados de la democracia, los votantes, devolviendo el protagonismo del debate al lugar del encuentro público.
La crisis de valores en Occidente ha puesto en cuestión el modelo de desarrollo consumista y el capitalismo, vencedor del comunismo, sufre su particular declive, dando lugar a los sucesivos cracks de un sistema financiero desregulado y símbolo del individualismo extremo que liberaliza la economía especulativa, desplazando a la producción de bienes y servicios, la única y verdadera fuente de riqueza.
La gran transición hacia otro sistema está en marcha y es imparable. Nuestras viejas resistencias por el miedo al cambio se nutren de un especial y agónico apego al pasado, la excusa a la que nos agarramos para no enfrentarnos al reto de conocernos mejor a nosotros mismos, soltar lastre y evolucionar.
Artículo publicado en el Diario "La Opinión de Tenerife" el jueves 03/07/2014
http://www.laopinion.es/opinion/2014/07/03/nueva/550882.html
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