31/3/16

Cuba libre


El primer presidente de EEUU que pisa la isla caribeña casi un siglo después, no podía ser otro que un afroamericano con andares de mulato sabrosón. La visita, aunque esperada, no deja de resultar chocante, con ese algo de insustancialidad, el sabor a nada que últimamente exhalan los eventos declarados como históricos. El glamour y la retórica ya no son lo que eran y ni siquiera el imponente Air Force One, posado sobre el penúltimo suelo comunista, consigue arrancar a la audiencia más que un triste bostezo, a pesar de toda su parafernalia de extraños honores y bandera de rara amistad ondeando al viento. El inadvertido paseillo, las aburridas fotos, la extravagante ofrenda al prócer José Martí y las jugosas declaraciones como la de "óigame asére, si queda algún preso político que nos dejamos olvidado, dígame el nombre que esta misma noche lo liberamos y seguimos guarachando". O que, "Barak, mi hermano, yo sé lo que tú quiere, que haya libertad, democracia y un McDonald's en el Malecón. Muy bien, no cojas lucha mi brother, pero se hará a nuestro modo, al ritmito cubano, pasito tun-tun."


Las imágenes se parecen al remake de una película basada en la Guerra Fría, trasladada al color del S XXI, con nuevos personajes pero con mucha menos emoción que antaño. Desde luego, los líderes actuales carecen de ese aura romántica y trascendental que envolvían al mítico puro de Fidel y a la atractiva promiscuidad de JF Kennedy. Hace tiempo que el significado de la revolución se tradujo en el lenguaje del marketing, hasta reducirla a logotipo para vender camisetas y boinas del Che. La hoja del tabaco, el ron y el turismo sexual son marcas asociadas a un lugar detenido en el tiempo, fruto de la cobarde inacción de unas élites militares corruptas, que han mantenido a raya a la disidencia, a base de represión interna y de apolillados llamamientos a una épica extemporánea, justificada en el enemigo exterior.

Ya el bloqueo se va a acabar y el castrismo saldrá de rositas, casi como si no hubiese protagonizado más de sesenta años de dictadura. Esta sensación de "mi amol, pero qué bolá", Cuba por fin libre, y hoteles nuevos, y carreteras y restaurantes, pero "¿cómo fue que pasó, mi gente?. Se formó la gosadera", y ya nadie mira atrás, o quizás es que no interesa que miren, ni que piensen, no sea que se fueran a encontrar con algún cadáver inoportuno. No joda.

Artículo publicado en la edición impresa del Diario La Opinión de Tenerife el 31/03/2016


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