Alberto Rodríguez apenas podía contener los nervios, moviendo sus largos y huesudos brazos como las aspas de un molino. El nudo en el estómago subía hasta la garganta, haciendo brotar las palabras apresuradas, vómito reparador de la flagrante desigualdad. Alberto se recogió las rastas, para hablar de frente a los diputados que conversaban entre ellos o miraban hacia otro lado. Aunque muy inexperto y de frágil oratoria, su atropellado discurso no fue impostado, sino fruto de una emoción llana, desprovista de adornos o figuras retóricas. Hasta el micrófono se interpuso en el camino de su alocución, con marcado acento canario, mientras se dirigía a un cierto tipo de élite histórica.
Alberto denunció la bajeza de los sueldos corrientes, de los millones de personas a los que sus señorías no ponen cara, salvo para engrosar la desgracia micro real, como un índice numérico en los datos macro económicos. Los datos del paro, los recortes, la subsistencia del país inexistente en las negociaciones a puerta cerrada.
Alberto, mi niño, sigue adelante. Y no hagas caso a nadie. Sobre todo, no dejes de ser tú, porque la extraña cualidad de ser uno mismo está cayendo en desuso. Créeme si te digo que tu discurso caló en la gente que reconoce la verdad en cuanto la escucha. No importan el sujeto, el verbo ni el predicado. Aunque disimulen su sonrojo, tú representas el mejor nombre para definir el estado de cosas en este cambio de tiempo. Vergüenza.
Artículo publicado en la edición digital del Diario La Opinión de Tenerife, el 07/04/2016
http://www.laopinion.es/opinion/2016/04/07/alberto-verguenza/666759.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario