15/5/18

Restos de mayo

Sin noticias de mayo, nos quedan restos antediluvianos del 68. Consignas y carteles para la curiosidad de coleccionistas en exposiciones, que recrean la nostalgia de una izquierda anclada en el pasado. El capitalismo tiene la capacidad de absorber todo lo que describe órbitas a su alrededor, incluso aquello que aspira a destruirlo. Revueltas callejeras en París, la primavera de Praga, los movimientos sociales y artísticos contra la guerra de Vietnam, contra las desigualdades y contra un sistema que supo esperar a que pasara la tormenta. Aquellos estudiantes llamando al cambio radical en el fondo y en la forma, los poderosos sindicatos de conciencia obrera, el deseo irreprochable de transformar el mundo y derribar al gran capital, resumen la crónica de un fracaso perfecto. A pesar de sus logros estéticos, aquel impulso renovador y generacional se desvaneció con el tiempo para recordarnos nuestra condición de especie que, ya desde el nacimiento, asimila que todo tiene un precio, porque somos mercancía, tanto jefes como trabajadores, distintas piezas del mismo engranaje que engrasamos por nuestro propio interés. Las crisis llamadas sistémicas no son sino la necesaria limpieza que necesita el crecimiento económico para evolucionar y reproducir la explotación que determina nuestro modo de vida. Mientras tanto, hablamos de libertad, igualdad y fraternidad, pacifismo y eco feminismo, música celestial para desahogo de gentes que reciclan y pagan la cuota de cualquier activismo. Es curioso observar el actual fenómeno de una opinión pública hiper censuradora, con el ojo mediático a la caza y captura de corruptelas políticas, violaciones en grupo, micro machismos y una interminable lista de personas y sucesos, susceptibles de ser quemados en la hoguera de las redes. En realidad, mayo nunca pasará de moda, como ese disfraz que desempolvamos de vez en cuando, para sentir que alguna vez quisimos liberarnos de nuestro miedo cerval a abandonar esta cómoda esclavitud.

Artículo publicado en el diario La Opinión de Tenerife el 15/05/2018



26/4/18

La desaparición del liderazgo



Para aspirar a una forma de liderazgo que marque tendencia, hay que llegar a la masa crítica mediante la construcción de personajes y relatos escogidos en función de nuestros gustos, miedos, anhelos y, en definitiva, de lo que apela a nuestras emociones básicas. Nuevas herramientas de espionaje masivo realizan minería de datos, escudriñan cada perfil de usuario en las redes sociales, hasta conseguir la capacidad de influir en nuestras decisiones, predecir lo que haremos mañana, o medir nuestra intención de voto sobre el candidato que nos han precocinado. Se trata de plataformas inteligentes que sirven de guía para diseñar estrategias y generar realidades alternativas. 

El sujeto que mejor encarna este desarrollo del anti líder, es Donald Trump, el inesperado Presidente norteamericano que publica tuits, con el tipo de mensajes que los algoritmos le aconsejan. El big data garantiza conclusiones fiables, sin apenas margen de error, sobre el contenido que vuelca a una audiencia digital, que valora la reacción instantánea por encima de cualquier otra consideración. En la era del entretenimiento, nos abrazamos a un capitalismo descerebrado, acumulador de seguidores que interactúan con todo aquello que consumen, que opinan compulsivamente, que acaban siendo coproductores y, en último término, creadores y destructores de las personas o símbolos que aman u odian.

La política, al igual que la expresión intelectual, musical o artística, se ha convertido en una empresa cuyo éxito radica en la rentabilidad basada en conocer bien al público, para venderle más y mejor su producto, una mercancía perecedera que hace imposible la tentativa de una permanencia sólida. La voracidad de internet diluye iconos y referentes del pasado, presente y futuro, mientras alimentamos con entusiasmo al creciente neofascismo que gestiona nuestro modo de pensar y de vivir. El vacío de líderes en Occidente, confirma su decadencia y fortalece al adoctrinamiento que se esconde tras un me gusta.

12/4/18

Nadie se escucha

El Parlamento es un ente ignorado por la sociedad. Aquí y allá, se celebran sesiones boomerang entre políticos y medios de comunicación, desganada conversación que resuena en exclusiva y hacia dentro. La información mana del interior del búnker e inmediatamente rebota en los muros que lo rodean, durante el tiempo establecido por la obligación de presentarse a cobrar. Cuando termina, la cámara queda suspendida en el silencio existencial de una nada inventada. En la calle, circula gente que mira su móvil y apenas de comunica, solo transmite y recibe el discurrir del mismo diálogo sordo que habita en las instituciones, fiel espejo del sellamiento emocional producido por la saturación.


Escuchar al otro se ha vuelto una pérdida de tiempo. Tenemos mucha prisa por llegar a lo siguiente de lo siguiente, sin concesiones para el análisis de las heridas tapadas bajo una manta de hastío generalizado. Pasamos por alto lo que pasa, guiados por un incontrolable impulso de satisfacción plástica, y es entonces cuando todo el esperpento es demasiado real como para acertar a distinguir lo estrambótico de lo habitual. Se suceden manifestaciones, protestas aceptablemente inútiles, reflejo del mismo fenómeno que nos atrapa en el aburrido malestar de echar la culpa a los demás, para justificar la inoperancia propia y ajustar cuentas con la ajena. Debates sobre el estado de la mediocridad que degradan esta democracia menuda, en función de intereses trepados a un cortoplacismo rampante que supura intoxicación, y al que luego ordenan pasar la fregona para que no huela mal.

Apariencias estratégicas sobre proyectos tridimensionales, visualmente atractivos y específicamente irreprochables en impactantes eventos y foros, que se diluyen en el escaso recuerdo colectivo, con más rapidez que las buenas intenciones. Nidos de narcisos profesionales, que se remiran mientras salivan delicias gastronómicas, salvaguardando la distancia de seguridad con el desbocado aumento de la violencia. Crece el ruido, pero nadie se escucha.


Artículo publicado en el Diario La Opinión de Tenerife el 12/04/2018

19/3/18

Mentiras


Caminaba tranquilo por la Rambla y noté que alguien me seguía. De improviso, me di la vuelta y sorprendí a mi perseguidora tratando de esconderse detrás de un árbol. Era una mentira piadosa y cobarde, pero con la suficiente cantidad de veneno como para verme obligado a ahuyentarla. Nada más deshacerme de su incómoda presencia, me cortó el paso una mentira joven e insolente, ante la que no supe reaccionar. Confuso, logré refugiarme en un bar con un cartel que decía: Se prohíbe la entrada a las mentiras. Pedí el periódico que estaba infestado de mentiras subvencionadas, mientras disimulaba mirando de reojo a los parroquianos. Algunos me parecieron sospechosos de haberse colado en el bar, disfrazados de verdad. Salí de nuevo a la calle y en el semáforo se me acercó una mentira desdentada a pedirme para comer. Entre mis dudas sobre sus verdaderas intenciones, pensé que el dinero es una de las mayores mentiras que existen, y que su utilización por parte de ciertos agentes económicos, provoca cataratas de mentiras a nivel global, embustes con tasas de interés mentiroso, valores ficticios en un mundo falso. Me detuve a sacar un billete para el tranvía y aguardé la cola de gente que hablaba y escribía mentiras en el móvil. Al acceder al vagón, y en un intento por integrarme en la sociedad mentirosa, me senté al lado de una mentira con traje y corbata. Entablamos una amigable conversación que ha fraguado en una dudosa amistad. Nos contamos nuestras vidas, y se sorprendió cuando le hablé sobre mi abuelo, que últimamente anda un poco alicaído. Resulta que, después de todos los años trabajados, le dijeron que lo de su pensión era mentira, y que él mismo, sin saberlo, podría ser un jubilado de mentira dentro de un sistema mentiroso.


Artículo publicado en el Diario La Opinión de Tenerife el 19/03/2018


27/2/18

Pero no te olvides de Forges

Forges se fue, y nos deja desiertos de ideas. En este país tan necesitado de forgianos, todo se reduce a palabras enconadas y a una nefasta actitud de olvido, plagas sociales contra las que Forges luchó a pie de viñeta.

Andamos colgados en un vacío que arrastra al buen juicio por una catarata de descalificaciones y denuncias sin cuento, absurdamente metidos en un proceso regresivo que jalea el triunfo de la degeneración democrática.

La muerte de un cronista único, que tan bien reflejó nuestras miserias patrias, sin llegar a borrarnos la sonrisa, evidencia la gravedad de los déficits de convivencia que amenazan al progreso.

Viñeta póstuma de Forges publicada en El País el 23/02/2018

Las manifestaciones retroceden en idéntica proporción al aumento de los intolerantes, como si alguien hubiera contratado a expertos en diseñar violencia, para empapar las redes de sangre que llama a más sangre.

La ausencia de tiempo y de serenidad, para reflexionar sobre lo que nos ocurre, asfixia cualquier atisbo de libertad, en una fulgurante carrera hacia atrás con el futuro desvanecido en el espejo retrovisor.

El imperio del insulto cotidiano, del ataque perteneciente al grupo de los que tienen razón, frente a los que defienden su derecho a ofenderse y contraatacar, genera la insoportable infalibilidad del que actúa según criterios imbéciles, pues no hay mayor estupidez que la falta de autocrítica. Solo queda reivindicar la memoria de los forgendros, que hacían cobrar vida a personajes inmortales, que hablan y se mueven al ritmo de nuestro reflejo más íntimo.

La muerte de Forges es el final de un derroche imaginativo, de un deleite de palabros nacidos de la observación intelectual de la calle, de un hombre bonachón que nos salvaba del delirio que contamina nuestra conversación.

En el lugar donde los gritos desaforados transitan caminos de odio y venganza, deberá aparecer una esperanza de humor forgiano, exterminadora del virus que transmite la peor de las pobrezas morales.


Artículo publicado en el diario La Opinión de Tenerife el 27/02/2018


16/1/18

Los fines del mundo

El fin del mundo ocurre todos los días. Las ficciones apocalípticas vaticinan un Armagedon instantáneo, unas pocas horas son suficientes para secuenciar el atractivo del caos total. Sin embargo, diminutas y densas realidades se filtran por los agujeros vacíos que dejan las cosas que mueren sin hacer ruido. El ojo humano está tan ocupado por sobrevivir a la nada cotidiana que desdeña casi todo lo que acontece. Somos espectadores de nosotros mismos, al situarnos en la grada y en el terreno de juego a la vez.

Vivimos el narcisismo de aplaudirnos, mientras vigilamos si nuestro público aplaude, y nos frustramos si no conseguimos aquello que los demás creen que deseamos. Andamos entre las ruinas que deja el camión de la basura, desechos que seguirán ahí después de que hayan rociado la calle con productos limpiadores de conciencias. Solo una pertinaz lluvia nos consuela de las lágrimas que brotan cuando sentimos el dolor de la tristeza común. Ajenos a esta desgracia consentida, irrumpen los hijos descendientes con preguntas incómodas y los nietos con respuestas inverosímiles, alterando nuestra percepción de encontrarnos al borde de un final de ciclo.

El ufológico cambio de era amanece y oscurece cada vez que el sol sale y se pone por donde suele, pero como animales miedosos, abrigamos la esperanza de un despertar distinto. Durante un rato, descansamos del vaivén universal y nos sentamos a fumar la pipa de la paz, nos sentimos espirituales, bondadosos para, acto seguido, sacar los cuchillos que guarda nuestro instinto depredador. Creamos y descreamos, a imitación de dioses que aman y odian las dos caras de una misma moneda. Nuestra respiración mueve el desorden, nunca terminamos de empezar finales ni de acabar comienzos, y así conseguimos deformar el tiempo, siendo capaces de imaginar todos los fines posibles, con tal de justificar los medios innecesarios para lograrlos.

Artículo publicado en el diario La Opinión de Tenerife, el 16/01/2018


4/1/18

Magnitud del tiempo

Las convenciones son vanos intentos de ordenar lo intangible, desde el forzoso encaje de acontecimientos según un orden cronológico, y de ahí toda una simbología numérica, a repartirse entre el azar y las supersticiones. Siempre buscamos un porqué, cuándo y dónde, especialmente en aquello que no alcanzamos a entender. Entonces lo resolvemos con la fecha del suceso, como quien le coloca un marco adecuado a la instantánea fotográfica que detiene el reloj en falso.

Abusamos de la estética en cualquier situación, de este modo las guerras tienen su banda sonora, su filmografía, sus descubrimientos de la ciencia devastadora que empuja cierto tipo de progreso.

Hoy los grandes iconos viven en la memoria de los nostálgicos, en un mundo que ya se acostumbró a una nueva clase social: la incertidumbre. La digitalización de la materia humana y el desarrollo de la inteligencia artificial condenan a la democracia a sufrir el peor de los olvidos. Libres, sin identidad propia, esclavos de la seguridad, algoritmos que sustituyen a ciudadanos candidatos a engrosar las filas de la mega corporación. Cómo mantener la voluntad anónima del hombre isla en la urbe sincronizada, el placer rebelde de un libro rodeado de hojarasca, la lentitud del aire que respira naturaleza más allá de los muros artificiales.

En esta sociedad circular apenas somos ruedas que giran al unísono, sin preguntarnos el sentido del giro propinado por los amos de la dirección a seguir. Y esperamos que nos llegue la ansiada calma, pero no aparece en el hotel rural de aquel vasto silencio, ni en el spa vertebrado por aromas metálicos, ni siquiera en el vaso de leche fresca que vertían nuestras abuelas analógicas. Vivimos ansiosos por alcanzar la placidez, pero hasta el más natural de los derechos, morir de una vez, nos será escamoteado por especuladores vestidos de blanco nuclear.

Artículo publicado en el diario La Opinión de Tenerife, el 04/01/2018