28/9/17

Circo sin medida


Bienvenidos al circo sin medida, donde nada es lo que nada parece. Pasen y vean el desfile militar de espejos al revés, tenemos prohibido que alguien pueda verse reflejado. Insólita maravilla de trapecistas y sus evoluciones en el suelo anti resbaladizo, con la red bien alta y el peligro constante de caer abruptamente sobre ellos embrollo de piruetas eternas.

Lloren desconsolados con nuestros originales payasos pingüinos de negro y maletín, no los miren a los ojos o acabarán seducidos por el embrujo de la risa nerviosa. Y el espectacular número de leones disecados, vestidos de domador, con el látigo entre las fauces, en amenazante postura, siempre en busca de alguna presa domesticable. Prepárense para recibir a los hombre bala, disparando cañones en forma de panes tiernos, que saciarán su hambre perpetua de emociones nuevas.

Sigan el show del conejo Plim capaz de sacar al mago de la chistera, mientras lanza palomas de la paz como cuchillos afilados que esquivan la cabeza de un unicornio voluntario. Equilibristas, héroes del desequilibrio, doblan barras empozoñadas retando a los forzudos a luchar por conseguir besar a la mujer afeitada, que ondea una bandera en el centro del remolino de fuego. Bandera blanca, epílogo de todas las banderas.

El maestro de ceremonias es un anciano con cara de anciano, siempre en medio de las alocadas disputas entre trampolines al éxito y pianos fracasados. Lo mejor vendrá cuando se apaguen las luces y obliguemos al público a imaginar la sorpresa que les deparamos. Entonces llega nuestra pequeña revolución, la carpa desaparece y quedan desprotegidos a cielo abierto. Se divisan estrellas formando palabras y signos ininteligibles. Deleite de desilusiones y conjeturas por descifrar lo desconocido. Hasta que un megáfono colgante habla. Y traduce. Abran los ojos. No tengan miedo. Somos el circo sin medida, hemos venido para avisarles de que, ustedes, odioso público, son la medida de todos los circos.

Artículo publicado en el diario La Opinión de Tenerife el 28/09/2017


23/9/17

Vencedores y vencidos

A estas alturas de la película, seguimos viviendo en la falsa dicotomía ganadores/perdedores. Y esto lo aprendemos desde la educación infantil, en la que se enseña a los niños el significado de la competitividad. Si eres menos, todos te verán como un fracasado, un perdedor de la vida. Y tú mismo te lo acabas creyendo. Entonces, tratas de ganarle a alguien, de ser mejor, de tener razón o que la mayoría de los fuertes te la den. Si lo consigues, habrás conseguido ser uno de ellos, y obtendrás derecho de participación en el orgasmo de unos cuantos elegidos. Obtener el reconocimiento de los demás equivale a sentirte bien, aunque detrás de esa máscara triunfante se oculten desgracias y vergüenzas inconfesables. Por eso, los raros, los que no encajan, los que disienten, sufren el desprecio de los que, en el fondo, les temen.

A menudo, la valentía no está del lado de los vencedores, ni siquiera el lenguaje asumido que condiciona nuestro modo de pensar permite considerar alternativas. En democracia, la legalidad no funciona siempre del mismo modo y el sistema judicial dista mucho de ser independiente. Aun así, continúa nuestra sumisión a ideas preconcebidas, el dulce conformismo.

El ascenso de totalitarismos bañados en la emoción de lo colectivo se refleja en las posiciones radicales y excluyentes que abarrotan las redes sociales. Ellos o nosotros. Blanco o negro. Victoria o derrota. El amplio abanico de tonalidades grises retrocede, e incluso el arco iris aparece teñido de un cierto halo de obligatoriedad. la expresión de una pretendida superioridad moral sobre los que opinan diferentes es la constante en cualquier debate.

En el pasado reciente, hicieron falta millones de muertos para que las mesas de diálogo y reconciliación cobrasen un nuevo protagonismo. Nunca nos diseñaron para ser libres, solo sabemos amar y odiar.

Artículo publicado en el diario La Opinión de Tenerife, el 21/09/2017.

14/9/17

Sonrían

El rastro de las sombras que perseguimos es la cuenta atrás en el teatro negro del Armagedon. y si el aleteo de una mariposa equivale a una explosión nuclear de celos, podemos estar tranquilos, que ya la naturaleza pondrá las cosas en su sitio. En el mismo lugar donde todo comenzó, podría ser África, el continente raíz, origen y misterio de la noria civilizatoria. Nuestro sudor es el mismo sudor del antepasado que dejó de ser primate para ser el primero de la clase. Absurdo y maravilloso aquelarre de fantasías grandilocuentes que nos ha traído hasta esta esquina de la historia. Y bueno, hay que decirlo: las máquinas serán mejores que nosotros y esperan, como solo sabe esperar una máquina, para terminar de agarrar el testigo y correr. Ahora más que nunca deberíamos empeñarnos en sentirnos alegres, sabedores de nuestra individualidad manifiestamente saludable. Porque de amenazadoras guillotinas globales vamos demasiado servidos, dicho sea sin menospreciar las ansias legítimas de nacional populismos que ponen de luto las democracias.

Compuesta y sin novio se queda la estatua de la libertad, violada y torturada, no importa el orden ni el concierto de naciones con el pulso débil, pues falta ilusión por recuperar el sentido de aquellas cosas en las que creíamos. La precariedad no resiste comparación con el glamour de la desigualdad de antes. Antes había clases, teníamos algo por lo que luchar, había natalidad y no había tanto perro para acompañar el vacío de la soledad digital. Antes, nos descojonábamos con vulgaridades, espontáneos, y no nos tomábamos tan en serio la seriedad del humor inteligente que ha invadido todos los monólogos. Ya solo nos quedan el Sálvame y el Salvados, pues aquí se trata de salvarnos como sea, y el arrebato de pasión bien pagado de la Esteban, es tan nuestro como el agudo periodismo de el Évole. Sonrían, please.


Artículo publicado en el diario La Opinión de Tenerife, el 14/09/2017.

7/9/17

Pocoyo y el mur mur de Putin

Portada revista Der Spiegel Nº 17 (22/04/2017)
Al Pocoyo norcoreano le han regalado juguetes nuevos que muestra después de armarlos, con una feliz sonrisa dibujada en esos ojos de niño grandote y comilón. Al otro lado de la tela sin araña, Donald, un pato con trompa de elefante que oculta en su ser interior al ratoncillo inseguro que duda, asustado, porque no sabe si el queso tiene trampa y la alternativa de mantenerse escondido en su agujerito de oro, le hace parecer un cobarde. Y los desvelos de Donald no encuentran consuelo, cuando sus orejitas diminutas escuchan los pasos aterciopelados del gato Putin. Ya viene, ya se acerca otra vez adivinando el miedo ratonil. En ruso, murmur significa ronroneo, el sonido de placer que despliega el cazador de instinto felino, estirándose de puro gozo, ante la inminencia del premio a su paciente astucia. En las fiestas del palacio rojo, gatas profesionales exhiben el arte del cortejo frío, calculado, hasta encontrar el momento oportuno de sacar las uñas a relucir, para extraerle todo el jugo a la víctima. Es la escuela del animal silencioso, que sabe mantener las distancias con su amigo competidor, el dragón chino. Ambos se disputan el control de la tela sin araña. Ahí van cayendo, despistados, mosquitos y otros insectos de rango menor, atrapados en el juego de estrategias e intereses. En el país de Pocoyo, nada ocurre sin la mediación de del amor declarado al sistema. Los huevos sorpresa que preparan, causarán asombro en el mundo de Donald, que empieza a ver quesos bomba por todas partes. Pero la sombra que ronronea, como solo saben hacerlo  los conocedores del murmur, es la reina que teje más tela sin araña, atando conveniencias y manipulando voluntades enemigas. Y Europa ya lo sabe, ese viejo y cansado lobo europeo, cada vez más solitario y menos lobo.

Artículo publicado en el diario La Opinión de Tenerife el 07/09/2017