17/9/15

Refugiados en Canarias

Emigrantes canarios rumbo a América

En el nuevo paraíso canario no sabemos mucho sobre lo que siente un refugiado. Solo quienes conservan el vago recuerdo de algún tío o abuelo que decidió abandonar la platanera y la dictadura de los caciques para embarcarse a hacer Las Américas, pueden traernos un trozo del desgarro generacional que provoca el fenómeno migratorio. Es como si, de repente, la memoria colectiva de este pueblo hubiese sufrido un enterramiento prematuro dentro de un ataúd de hormigón armado. Casi nadie habla ya de lo que era Canarias hace cincuenta años, que no son nada, pero son mucho, bajo la política de desarrollismo galopante, entre comisiones de autopistas, aeropuertos y hoteles.

El canario estándar es noble, generoso y solidario, escucho decir a los voceros del invento autonómico, con su folía sonando de fondo. Pero luego, de puertas adentro, llegan susurros de recelo y desconfianza: Y ¿a cuántos van a dejar entrar?; si aquí no hay trabajo para los jóvenes eruditos del extrarradio, pues menos todavía para esa gente que solo habla inglés o francés. ¡Fuerte problema! ¡Oiga, que la culpa es de los americanos, que lo arreglen ellos! Bastante tenemos aquí, que nos quitan las subvenciones y nos deben un montón de perras, como dicen los de Coalición, que siempre defienden "lo nuestro". Y encima, ¡los sirios son musulmanes, igual se cuelan terroristas en medio!; ya lo dijo el Ministro del "Miedo al Exterior". Bueno, un plato de potaje les darán en el centro de internamiento, porque no los irán a meter en pisos, digo yo. Están desahuciando a familia enteras, y ¿les van a regalar una casa a ellos?. Mira que se meten un montón ahí dentro y no hay quien los saque. Yo no soy racista, pero oye, que siguen con sus costumbres, la religión, la comida,...

Barco con refugiados sirios.
En estas afortunadas islas se acepta la piel morena del canario cerrado y cicatero, que se refugia en en propia ínsula de temores y complejos. Sin embargo, no está tan claro el grado de tolerancia ante la llegada de pieles extrañas, que huyen del hambre o de la guerra. Es como si hubiéramos olvidado a aquellos isleños que se fueron  a buscar fortuna en un pasado lleno de paraísos perdidos.




Artículo publicado en la edición impresa del Diario La Opinión de Tenerife, el 17/09/2015


9/9/15

Metafísica de la huida.


Casi todo el mundo huye. Hay quienes huyen en avión, otros lo hacen surcando el mar en un velero — una imagen icónica de la huida — aunque la mayoría pone tierra de por medio utilizando sus piernas, como los que caminan o corren. Se puede huir en un descapotable sin mirar por el retrovisor, o desplazarse en tren y observar el paisaje corriendo hacia atrás, como si alguien estuviera rebobinando la película de lo que tus ojos registran en modo estático, mientras lo vas perdiendo de vista. Dicho de otra manera, nuestro presente es una continua huida de todos los pasados posibles, que a veces aparentan volver por nuestro deseo de huir hacia lo ya huido, para experimentarlo de nuevo o cambiarlo, pero luego nos damos cuenta de que eso es imposible, porque el olvido siempre se impone como el más potente impulsor del acto de huir.


Cualquier día es bueno para huir y es mejor aceptarlo, antes de arrepentirse por no haber huido a tiempo. 

Puedes huir montado en bicicleta, subido a unos patines, o en una piragua siguiendo la corriente de un río, que es una importante cantidad de agua que huye hasta desembocar en el océano, gigantesco basurero recogedor de millones de toneladas de materiales y residuos que huyeron de algún sitio. Practicar cualquier deporte es una gran excusa para huir por tu cuenta o con la complicidad de otros. Hay recintos dedicados a acoger campeonatos en los que participan atletas, que compiten por saber quien es el más rápido huyendo, o por su destreza en diversas disciplinas "huyentes". La velocidad representa un mérito añadido en el acto de huir, cuando hablamos de los pilotos de carreras, que dan vueltas a un circuito, huyendo por llegar el primero a la meta. No obstante, si no eres un fuera de serie, pero deseas disfrutar en la carretera, una moto te proporciona la posibilidad de sortear el tráfico y los atascos provocados por largas colas de huidores, además de la facilidad para aparcar en la puerta de cualquier lugar, y volver a salir huyendo de ahí en cuanto quieras.

A menudo, ciertas huidas logran fama y reconocimientos. Tal es el caso de los osados que acometen expediciones para escalar montañas, ascendiendo con gran esfuerzo hasta sus cimas, de las que inmediatamente salen huyendo cuesta abajo, ante el riesgo de padecer congelación o locura transitoria. Los lobos de mar emprenden huidas solitarias y baten récords enfrentándose a tormentas y grandes olas. Tirarse en parapente constituye una atractiva modalidad de huida, ya que te permite sobrevolar las cabezas de las hormigas humanas y descubrir como huyen de un lado para otro. Normalmente casi todo el mundo huye de emular estos espectaculares retos por el riesgo que comportan. Sin embargo hay gente que necesita chutes constantes de adrenalina, para dar sentido a sus huidas. Los aspirantes a astronauta deben obtener un alto grado de preparación, si quieren que los elijan para llevar a cabo su huida espacial, consiguiendo huir de la gravedad, propulsados por cohetes que los empujan hasta que llegan a un punto crítico, cuando el módulo se separa y comienza la experiencia de los cuerpos que flotan mientras huyen. 

La huida puede ser activa o pasiva, voluntaria o forzosa. En este último caso, existen personas como los inmigrantes o refugiados de las guerras, que se ven impelidos a salir huyendo de sus países, constituyendo una huida triste y dura, por el peligro cierto de perecer en ese tortuoso trance, o incluso en el caso de salir ileso, arrastrar para siempre el desarraigo y la tristeza del ser humano al que la ausencia de solidaridad señala como huidor ilegal. Se podría deducir que los países ricos huyen de los pobres y que, en consecuencia, las personas hacemos lo mismo, huyendo de conmovernos demasiado o de tomar las riendas y hacer algo por mejorar las condiciones de la huyente realidad que nos rodea, y que amenaza con invadir nuestro desdén. El recurso de cerrar los ojos ante la evidencia, es una absurda característica y se encuentra generalizada en la típica huida hipócrita.

Hay personas que huyen a meditar, y seguramente, casi todo el mundo ha huido alguna vez mediante el consumo de drogas, por una cuestión de curiosidad o por simple vicio desaforado. Los viajes y evasiones que proporcionan ciertos compuestos químicos, más allá de los conocidos efectos del alcohol, el cannabis, la cocaína o la heroína, pueden provocar verdaderos trastornos que precisan de tratamiento psiquiátrico, una especialidad médica basada en devolver al paciente la conciencia de sí mismo, procurando que al mejorar, continúe huyendo de una forma aceptable por parte de la sociedad. Los cuadros de ansiedad o depresión constituyen una huida descontrolada, algo así como dejar el manejo del coche en manos del volante, en una flagrante huida de la responsabilidad, así que los fármacos inhibidores de la huida, actúan en el cerebro del conductor-paciente para que recuerde y sepa decidir en cada momento hacia donde quiere huir, sin perder el dominio de su huida particular.

Casi todo el mundo asiste a eventos que son huidas habituales y generalizadas, como celebraciones religiosas — bodas, bautizos, comuniones — o todo aquello que implique un encuentro gastronómico en compañía del agradable refugio etílico. Las huidas a fiestas de cualquier índole nos reportan grandes esperanzas en el éxito de una forma de huir que consideramos cómoda, y que en muchos casos garantiza satisfacciones y tremendos delirios de grandeza. La huida inmersa en el placer del sexo casualmente esporádico o rutinario, sea gratuito o alquilado, supone uno de los principales antídotos de la huida violenta o explosiva, porque las relaciones íntimas atemperan las energías y relajan las ganas de huir. 

Un estadio de fútbol define casi perfectamente la emoción que sienten miles de personas, que han huido a presenciar, al mismo tiempo, el mismo partido en el que los jugadores ídolos de las masas huyentes, se dedican a huir noventa minutos tras el mismo balón, con un árbitro que los persigue y a la vez, huye de entorpecer sus evoluciones, viéndose obligado en determinadas ocasiones, a huir de la ira de los aficionados. Las formas más exacerbadas de radicalismo están presentes en casi todas las esferas de la vida, con particular incidencia en las ideologías políticas y en las religiones, que nutren de verdades pretendidamente absolutas a soldados de sus convicciones o de la fe en un dios, llegando a convertirse en terroristas que deciden inmolarse, atentando contra la vida de otros, en el convencimiento de su huida extrema al paraíso de la salvación. Absolutamente, casi todo el mundo proyecta fantasías y se instala en ellas el mayor tiempo posible, llegando a saltar de unas otras continuamente, en un vano intento de huir de la madurez, hasta que una sacudida vital los devuelve a la certeza de la insoportable levedad del ser huyente.

Casi todo el mundo, si se encuentra en plenitud de facultades, es capaz de elegir entre huir al monte o a la playa, hacer una excursión o incluso dormir en tienda de campaña bajo las estrellas. Mención aparte merecen los viajes organizados, tipo cruceros o similares, donde los viajeros alienados contratan los servicios de un guía dejando en sus manos el asesoramiento y planificación de los restaurantes, monumentos y demás visitas turísticas que van a realizar en su huida planificada. 

La huida laboral es, con casi total seguridad, la más rutinaria de las huidas. Si no estas aburrido o en el paro, huyes a la oficina compartida, a un lujoso despacho, o a visitar clientes, para mantener largas reuniones de las que a su vez, quieres salir huyendo porque se parecen mucho unas a otras. En casi todas las empresas, los empleados huyen del jefe y los miembros de los distintos departamentos recelan unos de otros en lo que sería una flagrante huida de la confianza mutua. Las ferias y grandes foros internacionales son verdaderos enjambres de empresarios, portavoces, funcionarios, políticos y oportunistas huyendo entre sí. 

La búsqueda del sustento, a la que sigue la ambición y el deseo de poder sin límite es una característica única y especial en la huida latente de los seres humanos, que se sirven del concepto dinero, un medio de pago que históricamente ha generado desarrollos, explotaciones, deudas y conflictos. Los métodos especulativos en los mercados financieros, han conseguido que la forma de huir del dinero basado en la producción real de bienes y servicios, haya mutado en una huida virtual que no se corresponde con la riqueza real, con la particularidad de la introducción de expertos en ecuaciones matemáticas, que calculan las variables de la huida, consiguiendo que el valor de cambio este constantemente huyendo de los sitios que dejan de interesar. El dinero muda de piel, según la capacidad económica y la calificación crediticia de los deudores que hipotecan su dignidad, huyendo de de la implacable persecución de los acreedores. En este sentido, el individualismo nos hace presos de la huida egoísta. Los estados utilizan sofisticados instrumentos para inducirnos a huir de la libertad en sentido amplio, siendo precisamente el miedo— la más poderosa de las emociones—, que nos inoculan a diario, valiéndose de los medios de comunicación y de la publicidad, el más socorrido elemento creador de estados de shock en la conciencia social huyente

Huir es el acto más cotidiano por tratarse de algo completamente adecuado, un instinto primario y universal. El hombre y la mujer se encuentran en un estado constante de huida y sólo durante unos diminutos instantes, se detienen para reflexionar hacia donde quieren continuar huyendo. El ser huyente denota inteligencia. La máxima de que huir es una demostración de cobardía se revela rotundamente falsa. Los espermatozoides más valientes salen huyendo disparados y el que logra fecundar un ovulo, acaba convertido en un nuevo ser que sale huyendo de la protección del útero materno. Cuando eres niño, huyes al colegio porque quieres jugar y ves pasar las tediosas horas de clase, aguantando las ganas de salir huyendo al recreo. Más tarde, cuando te enamoras, no te cansas de huir todo el rato para estar con tu pareja, y un tiempo después, acabas sintiendo el deseo de huir de esa misma persona, y huyes al bar o con los amigos, aunque en muchas ocasiones terminas huyendo de vuelta a casa, una vez se te ha pasado el impulso de la huida inicial. Las mujeres también se dejan arrastrar por el dulce atractivo de la huida, y al igual que los hombres, quieren huir de papá y de mamá, pero con frecuencia acaban huyendo de los problemas para buscar el consuelo del nido. El hogar de la infancia es principio y final de casi todas nuestras huidas. A casi todo el mundo, si se está despierto o soñando, que es el modo que aprovecha el subconsciente para huir, le gustaría pensar que se puede huir del esposo o esposa, y de uno o varios amantes, durante un tiempo, o de casi todos ellos para siempre. De hecho, las separaciones son genuinas manifestaciones de la huida, que puede ser mutua o unilateral, aunque todo elemento físico que huye provoca ciertas contradicciones, basadas en las dudas entre optar por huir de frente en dirección al que ha huido de ti, o huir en el sentido contrario. Las huidas en falso abundan a lo largo de nuestro ciclo vital.

Absolutamente casi todo el mundo, piensa o ha pensado alguna vez en huir de la soledad o de la compañía, según los casos. No siempre se decide huir al momento. Los hay con gran capacidad para huir despavoridos y están los que se lo piensan con calma, porque son de huida lenta, parsimoniosa. Prácticamente casi todo el mundo suele huir con la mente, en especial los que están encarcelados o sufren un secuestro, pues se ha comprobado que es muy posible huir sin moverse del sitio. Casi todos los artistas expresan su original vía de huida y la muestran a los demás. La música, escultura, pintura, literatura, fotografía, danza y demás manifestaciones artísticas, nacen y se desarrollan en los indescifrables procesos de la huida. Los actores y actrices de teatro, cine y televisión son unos auténticos profesionales de la huida que actúan disfrazados de tantos personajes, como la huidiza imaginación permite a guionistas, productores y directores de grandes relatos sobre las múltiples recreaciones de la huida. En el universo poético abundan las huidas metafóricas que nos enseñan una sensibilidad estética que rompe con los convencionalismos, y lo mismo sucede cuando contemplamos un cuadro de estilo abstracto. El surrealismo es la huida más genial y transgresora y nos ayuda a re interpretar la importancia casual de nuestra huidiza existencia.

Hay infinidad de madres y padres que andan desesperados por huir de sus hijos, del mismo modo que estos acaban huyendo de los padres, incluso los que se quedan a vivir juntos, porque aunque compartan el mismo domicilio, las personas se dedican a huir unas de otras por diferentes medios: el televisor, internet, los auriculares, el móvil, la tableta. Hay acciones de la vida doméstica, como lavar los platos, barrer, fregar, planchar, poner la lavadora y tender, que se ejecutan, o bien en forma de huida solitaria, o se hacen en equipo, dando lugar a una huida en común, que no deja de ser una forma más de huida. Merece especial atención la aparición de las redes sociales, que han significado un gran avance tecnológico en el progreso acelerado de la huida global. Casi todo el mundo huye hacia tendencias, modas y vídeos que pueden adquirir la categoría de fenómeno viral, para inmediatamente huir de ellos a mayor velocidad aún, desencadenando sucesivas huidas hacia los subsiguientes, que pronto son abandonados en un auténtico frenesí huidor. 

A cada momento surgen innovaciones en la ingeniería biológica y en la medicina en general, tal es el afán por alcanzar una vieja aspiración: huir del deterioro físico y de la muerte. Casi todo el mundo comprende que se dediquen millones del presupuesto a la investigación científica y a las misiones en el espacio exterior, puesto que, en un futuro no tan lejano, habrá que huir de esta Tierra para colonizar otro planeta que cumpla con los mínimos requeridos para la supervivencia. Si no se consigue a tiempo, se intentará vivir en una nave que reproduzca el medio ambiente terrícola o lo simule por medio de experiencias sensoriales, que sirvan para huir de un entorno cerrado, creyendo que nos transportamos a un bosque de pinos o hacemos submarinismo deleitando nuestra mirada entre caprichosos arrecifes de coral. 

Siempre tendemos a huir. Huimos al dentista cuando nos duele una muela o al terapeuta de turno que nos convenza con masajes o recetas de que lograremos huir de nuestras lesiones y dolencias musculares crónicas. Huimos de estar gordos haciendo dieta sana y también se huye de la delgadez exagerada. Huimos al supermercado, al taller, o a tirar la basura. Tropezamos con una piedra y a pesar de que intentamos huir de la torpeza o de equivocarnos, tarde o temprano acabamos tropezando con otra piedra, que puede ser distinta o parecida a la anterior. Las piedras—al igual que casi todo lo que esta casi siempre en reposo o quieto—, presentan la apariencia de no haber huido jamás y de que nunca huirán a ninguna parte, pero dada su pertenencia a la fuerza gravitatoria de la Tierra, de su estrella, y de los demás planetas que forman el sistema solar, es lógico pensar que huyen, si bien lo hacen de forma involuntaria. Por tanto, el hecho de desconocer, o negar la circunstancia de estar huyendo, no quiere decir exactamente que no se huya, sino casi todo lo contrario.

Casi todo el mundo ha huido de la falta de amor. Este concepto, el amor, produce particulares escozores y alucinaciones que desembocan en huidas a corto, medio y largo plazo, y que además se manifiestan hacia fuera—cuando entregamos amor al otro—, o hacia dentro—cuando nos queremos a nosotros mismos. Huimos a dormir cuando estamos cansados de tanto huir. Huimos de cualquier cosa y, por supuesto, de nuestras emociones. Huimos del frío y del calor. Huimos del aburrimiento y de la zozobra, aunque nuestra condición no nos deja eternizar los momentos de alegría, así que huimos hacia la tristeza o el abatimiento para después, querer huir del llanto y la preocupación, provocando sonrisas que pronto desaparecerán huyendo ante los nuevos acontecimientos que se presentan, unos perfectos huidores estos últimos, por cierto. Si nos hartamos, iniciamos una veloz huida hacia la cólera y el rencor, que no es sino una terca huida del perdón. Huimos a consumir de forma compulsiva lo que nos venden los anuncios, convencidos de que seremos más felices, aunque en el fondo sepamos que es mentira. Casi todo el mundo huye de la sinceridad, inventando historias para ocultar la verdad y quedar bien con los demás o con la propia conciencia. Los delincuentes huyen de la policía, como polos opuestos cumpliendo la ley de los que huyendo, se atraen. El tiempo, que todo lo huye, acaba pasando factura a nuestra huidiza fragilidad. Los segundos, minutos, horas, días, meses y años no se detienen y nos llevan en volandas en su aplastante huida. Casi todo el mundo es consciente de que hemos llegado hasta aquí desde la nada, y que nunca podremos evitar que nuestra huida nos lleve de vuelta a la nada.
Existen tantas maneras de huir, que la cantidad de variaciones en los tipos de huida tiende a infinito. Un gran número de personas huye de sus vecinos, de la familia o del perro. Con el paso de los años, casi todo el mundo suele acusar una curiosa patología: la huida de la memoria. Incluso cuando aún somos jóvenes, nos empeñamos en huir de los malos recuerdos y si nos someten a una operación, la anestesia es el mejor invento para huir del dolor. Llevamos inoculado el gen de la huida desde el principio de la existencia, pues había que huir de los animales peligrosos, de las inclemencias meteorológicas, del hambre y de la sed. También está el problema de las tribus rivales, de las que no siempre se huye, aunque podemos considerar que el hecho de atacar a los otros es una modalidad de lo que se conoce como huida hacia adelante. De igual modo, nos empeñamos en huir por encima de un problema, ignorándolo o desplazándolo hacia un futuro próximo, porque es más cómodo huir de la solución. Al final, por mucho que huimos, el problema nos revienta en la cara, así que tenemos que enfrentarlo para seguir huyendo por otros caminos.

Casi todo el mundo, tarde o temprano, pretende huir de sí mismo. Con toda probabilidad, esta es la forma más difícil de huida, por engañosa y esquiva. Adoptamos millones de sarcasmos, falacias o ficciones, tratando de convencernos de que podemos huir de quienes somos. Y llegamos a creer que lo hemos conseguido, pero irremediablemente, nuestra conciencia nos hace huir a encontrarnos con el yo que quiso independizarse de su propio ser huyente.

Desde un punto de vista filosófico, el acto de huir es positivo, pues casi siempre huimos en la búsqueda de mejorar nuestra situación. A lo largo de la historia, muchos soñadores y líderes revolucionarios han conseguido enormes transformaciones, seguidos por movimientos sociales en pos de la huida de la miseria, de la injusticia y la desigualdad, a través de medios pacíficos o violentos. El uso de las armas ha significado casi siempre una huida — casi siempre por intereses económicos — de la paz. Lo habitual en el ser humano es la lucha interior que libran el bien y el mal, aunque no siempre se pueden identificar bien los límites entre uno y otro, variando según los valores y el código ético de cada cultura o civilización. En todo caso, casi todo el mundo huye del bien hacia el mal y viceversa, presionado por las vicisitudes y por la fatalidad de los que no conocen otra solución que no sea huir.

Casi todo el mundo se pasa la vida huyendo y el que consigue llegar a viejo, porque ha tenido la inmensa fortuna de huir de enfermedades o accidentes, suele esperar a que la incapacidad física o psíquica lo lleven a emprender la huida definitiva. En este punto, debemos anotar que ese hipotético final de la materia no debe interpretarse como una huida sinónima de cero, sino la transformación necesaria que nos permite continuar huyendo envueltos en agujeros negros de dimensiones desconocidas que, casi con total seguridad, se dedican al noble arte de la huida. Lo cierto es que, si lo pensamos, casi todo lleva implícita la tendencia a huir. Las profundas causas de la huida van desde lo sencillo hasta lo complejo. El movimiento, a veces imperceptible, esta ligado a las infinitas formas de huida de forma intrínseca, como la luz que huye de la bombilla, el humo que huye del fuego, el sonido que huye del altavoz, las ideas que huyen del cerebro y las palabras que brotan huyendo de los dedos del escritor. Casi definitivamente, nuestros genes son descendientes del primer conjunto de átomos que precedieron a sus imitadores más avanzados, en el origen de la huida universal.