20/7/17

Animales del turismo



Trufan el desierto veraniego extraños animales de dos patas que recorren las calles, como perdidos. La soledad masificada agujerea los dominios turísticos y en mil rincones horadados por esta jauría salvaje reposa una escultura atravesada de flashes.

Enfebrecidos, visitan, sonríen, algunos gritan, mientras el vomitorio de las redes sociales jalea las necesidades acuciantes de la manada. Avanzan y retroceden en grupos climatizados, o con una mochila a cuestas. Sudan las sandalias, deportistas de ocasión que observan el instante y regresan al veloz desafío de ser felices, antes de que termine la experiencia y tengan que desocupar los espacios. Se tropiezan, se rebelan, compran cultura enlatada al vacío, souvenirs sin vida, platos típicos a la altura de su entusiasta ansiedad. Provocan el ruido infatigable que obstruye cualquier silencio digno de admiración. Comen, beben, queman el sol o la nieve, y alquilan tiempo en hoteles o casas enardecidos de puro alboroto. Corren, caminan despistados en la saturación aeroportuaria, se agotan hacinados en aviones low cost. También se divierten, a veces se relajan, leen un rato o miran la televisión que emite la misma publicidad que ven en otros lugares. Agradecidos, encuentran la calle principal, la de los comercios y restauración idénticos a los del año pasado y el anterior. Merma la capacidad de asombro de los animales de dos patas, buscadores de sorpresas de lo que nadie sintió, de lo genuinamente autóctono, lo virgen. Pero lo especial no aparece, y entonces se desparraman en bancos y plazas, exhaustos. Quizás sean los únicos animales capaces de querer estar en un sitio y, al mismo tiempo, sentir el deseo irrefrenable de salir huyendo. Animales extraños que imaginan cómo sería la libertad, lejos de los zoológicos y acuarios construidos por la civilización. Animales erguidos, profesionales del turismo abrazados a los designios de la nueva fe digital.

Artículo publicado en el diario La Opinión de Tenerife el 20/07/2017