29/12/16

Salvajecracia

Internet es una interminable extensión de la selva que nos rodea desde que nacemos. En esa intrincada espesura, desarrollamos lo que, a primera vista, parece libertad de acción y movimiento. Sin embargo, todo el caudal de información gratuita y abierta, al alcance de cualquiera, no se traduce en una mayor capacidad crítica. En términos de democratización, las iniciativas populares irrumpen de forma masiva, creciendo exponencialmente en un corto período de tiempo. Pero cada gigantesco suflé desaparece tan rápido como subió. En lo viral, importa la forma, y nadie se toma la molestia de entrar en el fondo. La sociedad, en general, se deleita o se conmueve con mensajes que apelan a las emociones básicas. Los trucos publicitarios son utilizados, de forma casi inconsciente, por individuos, organizaciones o empresas que interactúan reaccionando a constantes estímulos. En la intensa búsqueda de la personalización, vamos perdiendo la conciencia de grupo, por lo que, contrariamente a lo que podríamos esperar, las redes sociales alejan a las personas en vez de acercarlas. Los continuos avances tecnológicos facilitan el acceso al perfil social y profesional de alguien, a sus contactos, a sus gustos, a la gestión integral de sus datos volcados en la nube que almacena nuestro tiempo vital. Dispositivos conectados y algoritmos que administran la existencia, están creando un mundo de sujetos que se valoran entre sí en función del servicio que prestan, en su utilidad, eficacia y rentabilidad. El factor humano ha abandonado el camino del ser por el de la satisfacción inmediata, basada en mediciones de hábitos, inducidos por la más poderosa herramienta de control global que hemos conocido.

Imagen de Flickr
Hemos entrado mansamente en el atractivo y alienante juego virtual que han puesto a nuestra disposición. Dentro de poco, no resultará fácil discernir si las decisiones que tomamos son el fruto de algún tipo de reflexión, o si, quien de verdad elige, es el asistente personal del móvil, mientras nos pregunta qué queremos en todo momento. Al convertirnos en esclavos digitales, estamos abonando el terreno para la llegada de un poder salvaje que erige sus cimientos sobre el derrumbe de las democracias. La desigualdad y el odio llevan a la despolitización, derivando en un claro ascenso de distintas clases de totalitarismos. Un estado de cosas que comenzamos a aceptar desde el momento en que dejamos de creer en la vía de la razón, para echarnos un brazos de la última aplicación populista que nos ofrece el mercado. Si seguimos permitiendo que los modelos simplistas absorban nuestra voluntad, pronto hablaremos el lenguaje de los que han dejado de pensar libremente. Seres asimilados por la automatización, que interiorizan el uso de la violencia como una respuesta adecuada y directamente proporcional a su entusiasta cobardía, siempre bajo la protección del glorioso gobierno "gran hermano".

Artículo publicado en el Diario La Opinión de Tenerife el 29 de diciembre de 2016.


15/12/16

Post pacto

«El sueño de la razón produce monstruos»,
grabado nº 43 de Los Caprichos - F. de Goya
Anoche tuve un sueño raro, como una revoltura, que comenzaba al despertarme en una habitación igual a la mía que, sin embargo, me resultaba extraña. El olor a potaje de verduras se colaba por el hueco de la cerradura y, en esa mistura de legañas, creí escuchar el llanto de un bebé. Agucé el oído, y me llegó suave, de fondo, el acunar de lo que parecía un "arrorró mi niño chiquito". Sin embargo, las palabras no eran susurradas en canario, ni siquiera las entendía, parecía un dialecto bereber. Salté de la cama y saqué mis greñas por la ventana que da al patio interior. Observé, sobresaltado, cómo el azul y blanco desconchado de las paredes se había tornado rosa chillón. Hasta el cuadrado de cielo era distinto que ayer. Un tono calmoso y rojizo se había adueñado del aire. Salí a trompicones, alarmado por la angustia de sospechar que el fin del mundo canario me había pillado sobando. Encendí el móvil, temblando de miedo, y resoplé de alivio, salvo la rareza de no haber recibido whatsApps ni correos. Fui raudo a por el mando, y traté de recordar cuál era el canal de la televisión autonómica. Lloré de rabia ante mi incapacidad, maldiciendo el no haberla puesto nunca, una especie de castigo merecido ahora que tanto la necesitaba. La inesperada respuesta, apareció ante mis ojos en forma de pronóstico del tiempo. El mapa de las islas se había transformado: Tenerife se llamaba Gran Canaria y Gran Canaria se llamaba La Gomera. La Palma se revolcaba hasta más allá del norte de Lanzarote, y el Hierro permanecía pegado a La Graciosa. Y lo peor, y más desconcertante, fue que no aparecía ni un leve rastro de El Teide. En su lugar,+ se veía una nube gelatinosa y, debajo, se leía Pico de Las Américas. Para colmo de males, Fuerteventura había salido huyendo rumbo sur, junto con la antigua Gran Canaria. Luego supe que, al parecer, ambas trataban de unirse a Cabo Verde. Preso del pánico desatado, salí en pijama a la calle. Descubrí algunos rostros familiares, pero nadie me dirigía la palabra. Entré en el bar de siempre y los bocadillos eran grises y sabían a gris; los barraquitos habían cambiado su estado líquido por un continuo y humeante gaseoso, imposible de beber. Alguien comentó algo entre risas que eran silencios. El inquietante vacilón era por el resultado del derby entre el Tete y la Unión Deportiva. Resulta que el nuevo gobierno, nacido del postpacto, los había obligado a jugar en una cancha de frontenis. El espectáculo había resultado grotesco, con los jugadores dándose cabezazos contra la pared, ante la ausencia de balón. El olor de la sangre derramada llegaba desde el monte hasta la playa. Me atreví a abrir la boca para expresar mi opinión, y no reconocí mi propia voz. Volví a despertar, sudando. De nuevo algo no encajaba. La madre del bebé cantaba una canción tradicional china. Miemiré al espejo y quedé paralizado al comprobar que había dejado de ser canario. Entonces me di cuenta de lo que estaba ocurriendo: sin querer, el sueño recurrente me había convertido en un aterrador postcanario.

Artículo publicado en el Diario La Opinión de Tenerife, el 15/12/2016.


1/12/16

Símbolo incierto

El último Fidel escribió un artículo sobre lo incierto de nuestro destino como especie. El Hombre-símbolo, que reflexiona sobre la debilidad humana, la suya propia, ante las puertas de la muerte, preguntándose si hay algo al otro lado del umbral postrero. Castro recuerda, con cierta nostalgia, los años en los colegios de Jesuitas, que le hablaron sobre la figura de Cristo y los valores que promulgaba. Lo más probable, es que El Comandante admirase la obra del Nazareno, el primer socialista revolucionario que lideró la palabra de un Dios trino y misericordioso con nuestra estupidez, difundiendo la universalidad de los valores cristianos. Fidel Castro defiende estos principios al identificarlos como cualidades frente a los meramente políticos, que solo atañen a conceptos materiales o físicos. Esta aparente contradicción entre razón y espíritu, expresada con gran lucidez por el mayor icono de la izquierda contemporánea, desemboca en su asombro ante el desarrollo científico capaz de investigar el origen del universo, acercando la observación del espacio lejano para intentar saber algo más sobre quienes somos. El eco del big bang que nos va llegando de una forma cada vez más perceptible entronca, de algún modo, con las historias y leyendas de la tradición judeocristiana, como si el lenguaje científico fuese, en realidad, una traducción de la imaginería religiosa, deslizando el aprendizaje de un fenómeno de repetición, en las dualidades clásicas - masculino contra femenino, hermano contra hermano - así como la inminente llegada de un escenario apocalíptico - diluvio y Arca de Noé -, que trae la necesaria redención en forma de catarsis y salvación, in extremis, de una reducida colonia de supervivientes.

En este enloquecido tiempo de post verdad, de post política y de post democracia, Fidel Castro miró hacia las estrellas, y vio reflejada su imagen en ellas, plegándose infinitamente en continuos comienzos y finales que se tocan, porque son lo mismo. La unión de un horizonte de sucesos históricos, que hacen del todo la nada y viceversa. La incertidumbre del "hombre símbolo", retirado del mundanal ruido, ensalzando la importancia de las creencias y de los estudiosos que tratan de interpretarlas desde distintos puntos de vista, considerándolos como personas que se encuentran muy por encima de nuestros actuales ídolos de barro, creados y mitificados a imagen y semejanza de nosotros mismos. En muchas ocasiones, con la vejez llega la sabiduría y, con ella, la aceptación de la humildad y las dudas que nos generan un mejor discernimiento.

Artículo publicado en el Diario La Opinión de Tenerife, el 01/12/2016