23/3/17

Una barbie en la Casa Blanca

Ivanka Trump es la prueba irrefutable de que nuestra civilización ha tocado techo. El sueño americano ya tiene a una Barbie y a su Kent de repuesto, como asesores personales -a la vez que hija y yerno- de papá presidente. La niña de sus ojos, sin ostentar cargo oficial alguno, sentada junto a una atónita Angela Merkel, en la cumbre bilateral que dejó de ser cumbre antes de empezar, porque nada es lo que era, ni lo volverá a ser. La austeridad luterana, reflejo de los rigores padecidos en el lado oriental del Muro de Berlín, ante la película fantástica y fantasiosa de la chica de plástico que baña su piel en oro. Una doctora en física con plena conciencia de lo que significan la guerra y el éxodo, frente a la super exitosa empresaria del lujo, la jefa predilecta. Y esto sucede aquí y ahora, como una ficción salida de Los Simpsons que, lenta e irremediablemente, se apodera de nuestra realidad. La mirada de reojo que le dedica Merkel, entre la sorpresa y el asombro, contrasta con el desenfado de una it girl, encantadísima de acudir a estas reuniones importantes y divertidas que organiza papá. En realidad, pareciera que la mujer más poderosa del mundo, pierde pie y se muestra incapaz de asumir este insólito modo de entender las relaciones internacionales. Los malos modos y unos inauditos aires de superioridad, definen el modus operandi del Trumpismo, elevando el desprecio a una nueva categoría para despachar a un aliado incómodo, una nación amiga a la que intenta someter a golpe de declaraciones intempestivas y socarronería tuitera.

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La historia, a veces tangencial, no deja lugar a dudas en la celebración de un encuentro que certifica todos los desencuentros. Ya papá lo dijo muy claro en la campaña electoral: "Europa es un lío. Pero yo lo voy a arreglar". Claro que sí Ivanka. Tú y tu mega papá son lo más, lo último. Son el fin del final de este cuento.

Artículo publicado en el Diario La Opinión de Tenerife, el 23/03/2017


16/3/17

En Francia, la llegada de la primavera nos traerá otro mayo histórico. La previsible segunda vuelta de las elecciones y su resultado final, constituirán el germen de lo que vendrá después. En aquel Mayo del 68, los jóvenes de la contracultura y del movimiento hippie, salieron en masa a las calles, para manifestar las razones de una revolución pacífica. La crítica al modelo capitalista, a la sociedad de consumo y a la vergonzosa guerra de Vietnam, unían a una juventud movilizada, que quería hacerse oír, y que contaba con la complicidad de intelectuales y sindicatos. La huelga general provocó tal desestabilización en el país, que el gobierno de Charles de Gaulle se vio obligado a convocar elecciones. La bajada de los salarios y el declive económico tras una década de enorme crecimiento, ayudaron a provocar un fenómeno transversal que culminaba en el mítico y multitudinario concierto de Woodstock. En el reverso de la actualidad, los universitarios viven en la apatía, mientras los titulados tratan de conseguir un trabajo temporal, la intelectualidad de izquierdas se dedica a vegetar entre doctorados y programas de televisión, y las organizaciones sindicales asisten a su propia crisis de identidad. Los barrios periféricos del país galo, polvorines donde la mezcla explosiva de marginación y ausencia de futuro, se combina con la percepción negativa sobre los inmigrantes y el incremento del islamismo, originan los vectores negativos que convergen en el populismo de Marine le Pen. En el último mayo francés, se respiraba la ilusión del cambio que produciría lo que hoy sucumbe. La socialdemocracia agoniza, víctima de su participación activa en las políticas de austeridad y de la corrupción atada al ejercicio del poder. El auge del nacionalismo es la reacción, proporcional y adecuada, a la absoluta desconfianza que inspira el bipartidismo clásico. El regreso al proteccionismo, frente a la globalización, y el clamor por la desigualdad y la injusticia social, son el eco del Mayo de las flores y la libertad, que ahora recoge la extrema derecha para defender a los franceses, a la gente, a los precarizados ex-clase media, que ya no votarán más a los partidos de centro.

Si el próximo Mayo francés se tiñe de azul marino y rojo, el Frente Nacional completará el triángulo maldito, con los otros dos vértices, Brexit y Trump, decididos a restablecer una nueva lógica. La herida de muerte que asestarán al proyecto europeo, con España y su nula influencia en el panorama internacional, como muy turística y mediterránea convidada de piedra.

A la vuelta de la historia, nacerán otros Janis Joplin y The Doors, otros The Who y Rollling, otro Bob Dylan y cantautores, para que disfrutemos de otro Mayo francés cíclico y esperanzado.

Artículo publicado en el Diario La Opinión de Tenerife, el 16/03/2017