18/8/16

Quemarlo todo

El embrujo milenario del fuego nos recuerda lo que somos. Al impulso conservador de la especie se opone el deseo primitivo de violar el equilibrio social. Destruir nuestro medio natural forma parte de una normalidad practicada durante siglos. Las personas que cometen estos actos de forma intencionada no son especialmente raras, y su conducta responde a una necesidad tan primitiva, como alimentarse.

El deseo inconfesable de aniquilación se suma a una larga lista de pulsiones que nos distinguen de los demás animales. La inteligencia superior, que demuestra su poder consumiendo casi todo lo que nace, crece y muere en este planeta, ensayo probeta del siguiente paso en la evolución.

La búsqueda del caos, del desastre purificador engendrado por las guerras y otras invenciones del hombre, se puede adivinar en la mente de quien comete una trastada de gran alcance. Entretanto, nos enredamos en complejas suposiciones para terminar aliviando la conciencia con respuestas automáticas. Actos terroristas, oscuros intereses de la especulación urbanística, y todo lo que se les ocurra.

Lo cierto es que hace mucho calor, la gente se aburre y, unos cuantos, aprovechan la oportunidad de poner en práctica la ruindad planificada, igual que niños jugando con mecheros o que ciertos importantes líderes locales, provinciales, nacionales o mundiales, insistiendo en quemar lo que ya está muy quemado.

Artículo publicado en la edición impresa del diario La Opinión de Tenerife, el domingo 18/08/2016.



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