15/12/16

Post pacto

«El sueño de la razón produce monstruos»,
grabado nº 43 de Los Caprichos - F. de Goya
Anoche tuve un sueño raro, como una revoltura, que comenzaba al despertarme en una habitación igual a la mía que, sin embargo, me resultaba extraña. El olor a potaje de verduras se colaba por el hueco de la cerradura y, en esa mistura de legañas, creí escuchar el llanto de un bebé. Agucé el oído, y me llegó suave, de fondo, el acunar de lo que parecía un "arrorró mi niño chiquito". Sin embargo, las palabras no eran susurradas en canario, ni siquiera las entendía, parecía un dialecto bereber. Salté de la cama y saqué mis greñas por la ventana que da al patio interior. Observé, sobresaltado, cómo el azul y blanco desconchado de las paredes se había tornado rosa chillón. Hasta el cuadrado de cielo era distinto que ayer. Un tono calmoso y rojizo se había adueñado del aire. Salí a trompicones, alarmado por la angustia de sospechar que el fin del mundo canario me había pillado sobando. Encendí el móvil, temblando de miedo, y resoplé de alivio, salvo la rareza de no haber recibido whatsApps ni correos. Fui raudo a por el mando, y traté de recordar cuál era el canal de la televisión autonómica. Lloré de rabia ante mi incapacidad, maldiciendo el no haberla puesto nunca, una especie de castigo merecido ahora que tanto la necesitaba. La inesperada respuesta, apareció ante mis ojos en forma de pronóstico del tiempo. El mapa de las islas se había transformado: Tenerife se llamaba Gran Canaria y Gran Canaria se llamaba La Gomera. La Palma se revolcaba hasta más allá del norte de Lanzarote, y el Hierro permanecía pegado a La Graciosa. Y lo peor, y más desconcertante, fue que no aparecía ni un leve rastro de El Teide. En su lugar,+ se veía una nube gelatinosa y, debajo, se leía Pico de Las Américas. Para colmo de males, Fuerteventura había salido huyendo rumbo sur, junto con la antigua Gran Canaria. Luego supe que, al parecer, ambas trataban de unirse a Cabo Verde. Preso del pánico desatado, salí en pijama a la calle. Descubrí algunos rostros familiares, pero nadie me dirigía la palabra. Entré en el bar de siempre y los bocadillos eran grises y sabían a gris; los barraquitos habían cambiado su estado líquido por un continuo y humeante gaseoso, imposible de beber. Alguien comentó algo entre risas que eran silencios. El inquietante vacilón era por el resultado del derby entre el Tete y la Unión Deportiva. Resulta que el nuevo gobierno, nacido del postpacto, los había obligado a jugar en una cancha de frontenis. El espectáculo había resultado grotesco, con los jugadores dándose cabezazos contra la pared, ante la ausencia de balón. El olor de la sangre derramada llegaba desde el monte hasta la playa. Me atreví a abrir la boca para expresar mi opinión, y no reconocí mi propia voz. Volví a despertar, sudando. De nuevo algo no encajaba. La madre del bebé cantaba una canción tradicional china. Miemiré al espejo y quedé paralizado al comprobar que había dejado de ser canario. Entonces me di cuenta de lo que estaba ocurriendo: sin querer, el sueño recurrente me había convertido en un aterrador postcanario.

Artículo publicado en el Diario La Opinión de Tenerife, el 15/12/2016.


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