30/10/14

Demagogia en la alambrada

Al menos doce inmigrantes, encaramados en la valla de Melilla frente al campo de golf situado al lado de la alambrada que separa la ciudad autónoma de Marruecos/ Fotografía: José Palazón-Prodein
Fotografía de José Palazón
En primer plano, dos mujeres golfistas practicando, el lugar es paradisíaco. Un césped perfecto brilla al sol, mullido tapiz bajo elegantes palmeras y antes de llegar al final del campo, algo de vegetación, pero más seca. Detrás, la espesura verde trata de disimular –sin éxito– la línea divisoria entre dos realidades opuestas. Casi sin querer, elevamos la vista recorriendo los metros de una valla metálica que emerge –altísima– en segundo plano, rompiendo la estética de la imagen. Subidos a la alambrada, al menos once hombres tratando de guardar un precario equilibrio. La mitad parecen mantenerse estables, sentados con una pierna a cada lado, una extremidad colgada en su mundo y la otra invadiendo el nuestro.
A la derecha, un solitario policía fronterizo –o guardia civil– subido en una escalera apoyada sobre la malla cortante, que imita a los aprendices de inmigrante ilegal pobre –si fueran ricos serían legales–, adoptando la misma postura que ellos, con el casco reglamentario bien puesto en la cabeza, y mirando hacia abajo. Podemos deducir que los demás uniformados estarán aguardando, a la espera de un resultado positivo en las conversaciones de paz, que se desarrollan con dificultad en tan estratégico lugar.
Las vistas desde allá arriba deben ser impresionantes, seguro que los monigotes oscuros –una categoría inferior de personas– divisan las bolas como pequeñas esferas blancas que salen disparadas por el golpeo seco de los arrogantes palos. Y lo más curioso es que, observando la foto, el tremendo contraste que conmueve, se vuelve normal. De repente, te das cuenta de que los protagonistas, en ambos casos, parecen encontrarse ajenos a lo que tienen enfrente. Van a lo suyo, tanto los animales aspirantes a progresar en la escala evolutiva, viviendo una peligrosa y de antemano fracasada aventura, como las habitantes de la zona desinfectada empleándose a fondo con el swing.

Es asombroso como nos hemos acostumbrado a ver cualquier cosa sin que la zozobra nos invada más allá de quince minutos. Nos tragamos las injusticias y los desequilibrios con una facilidad pasmosa. Luego, nos enteramos de que la construcción del campo de golf fue financiada por los fondos europeos y que su polémica gestión privada esta dirigida por un mecenas de la prensa local que cobra del ayuntamiento. En fin, la versión melillense de la marca España. Encima, desperdician una gran cantidad de agua potable para regar, y ahí volvemos a nuestros sufridos morenitos que igual pasan sed, hambre y frío.


Con permiso de El Roto.
Además, está el espinoso asunto de la demagogia, que algunos utilizan para denunciar un cierto halo de manipulación emocional, cuando nos plantan ante los ojos una visión un poco más incómoda de lo habitual, molesta, ingrata, rebuscada, que en realidad no nos lleva a ninguna solución razonable, salvo la que más nos conviene: una solemne pasividad. Lo mismo ocurriría si imaginamos una foto muy distinta –y parecida a la vez–, la de un mendigo que observa desde la calle a Rodrigo Rato comiendo en un restaurante caro. El grueso cristal y los guardaespaldas vigilando también funcionan como elementos sólidos, que marcan la distancia entre un demagogo de la miseria y el ejemplo de ciudadano que ostenta una clarísima superioridad intelectual. Y aunque sustituyamos a estas personas por otras, la cuestión permanecerá siempre, porque casi nadie tiene intención real de cambiar absolutamente nada.

Artículo publicado en el Diario La Opinión de Tenerife, el 30/10/2014
http://www.laopinion.es/opinion/2014/10/30/demagogia-alambrada/572229.html

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