6/10/16

Surrealismo canario

Canarias siempre ha sido tierra de surrealistas, pero no de un surrealismo cualquiera, sino del que habitamos en nuestro particular patio atlántico. Un ejemplo de esta visión artística es la imagen de Patricia Hernández con los ojos muy abiertos y diciendo que así, mira, ella no es feliz. A lo mejor, casi todo es porque Fernando Clavijo es el típico lagunero frío, poco dado a administrar los mimos adecuados. Al final, no nos damos cuenta de que las emociones básicas son la que terminan indefiniendo el surrealista devenir de acontecimientos deformados. Los sentimientos, y los canarios somos muy sentidos, desencadenan reacciones contradictorias y difíciles de comprender para los que desconocen las especificidades del carácter volcánico.


A lo mejor, si Jaime González Cejas no tuviese ese bigote tieso, ni esa cara colorada, ni esos ojillos vivos, igual podría ser profesor de colegio, como lo fue Paulino antes de ser alcalde y todo lo demás aparte de lo del "Tete". Hablando de academicismos, ahí está el surrealista anti-líder del PSOE canario, José Miguel Pérez, un tipo con un mundo interior tan grande como su intencionada incapacidad para contárselo a alguien.

Bien mirado, Oscar Domínguez tendría material de sobra para hincharse a pintar las siglas de Coalición Canaria, etiquetando una botella del vino del país, que Adán Martín se afanaría en descorchar con el pico del Auditorio. Hay tantísimos casos de surrealismo, que la moción de censura en Granadilla y la consiguiente supuesta ruptura insegura del pacto de gobierno, quedan a la altura de una mala imitación de Picasso, Yo les pido que mantengan el nivel al que nos tienen acostumbrados, y que Casimiro Curbelo se presente como candidato andrógino a Reina del Carnaval, o que Asier Antona reconozca que es hijo ilegítimo de Cubillo,

Prueben ustedes mismos y verán qué original es imaginar a Carlos Alonso como un feriante tatuado, vendiendo fichas para los "cochitos locos"; o a Antonio Morales con las gafas de sol puestas, soltándole el rollo a una pibita de La Isleta en un after de Las Palmas. Creo que rebajaríamos esta innecesaria tensión, y valoraríamos lo relativo de la existencia. Si se les ocurre pasar por La Rambla, cierren los ojos a la altura del Kiosco La Paz. Luego, abránlos de nuevo y, en un alarde de surrealismo, verán una gran fuente, mesas y sillas animadas por personajes tragicómicos, artistas de colores, bohemios, ancianos, madres jóvenes con niños corriendo. El silencio de un café que ya no existe, es la metáfora libre de nuestras tercas e inservibles batallitas cotidianas.


Artículo publicado en el diario La Opinión de Tenerife, el 06/10/2016.



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