23/9/17

Vencedores y vencidos

A estas alturas de la película, seguimos viviendo en la falsa dicotomía ganadores/perdedores. Y esto lo aprendemos desde la educación infantil, en la que se enseña a los niños el significado de la competitividad. Si eres menos, todos te verán como un fracasado, un perdedor de la vida. Y tú mismo te lo acabas creyendo. Entonces, tratas de ganarle a alguien, de ser mejor, de tener razón o que la mayoría de los fuertes te la den. Si lo consigues, habrás conseguido ser uno de ellos, y obtendrás derecho de participación en el orgasmo de unos cuantos elegidos. Obtener el reconocimiento de los demás equivale a sentirte bien, aunque detrás de esa máscara triunfante se oculten desgracias y vergüenzas inconfesables. Por eso, los raros, los que no encajan, los que disienten, sufren el desprecio de los que, en el fondo, les temen.

A menudo, la valentía no está del lado de los vencedores, ni siquiera el lenguaje asumido que condiciona nuestro modo de pensar permite considerar alternativas. En democracia, la legalidad no funciona siempre del mismo modo y el sistema judicial dista mucho de ser independiente. Aun así, continúa nuestra sumisión a ideas preconcebidas, el dulce conformismo.

El ascenso de totalitarismos bañados en la emoción de lo colectivo se refleja en las posiciones radicales y excluyentes que abarrotan las redes sociales. Ellos o nosotros. Blanco o negro. Victoria o derrota. El amplio abanico de tonalidades grises retrocede, e incluso el arco iris aparece teñido de un cierto halo de obligatoriedad. la expresión de una pretendida superioridad moral sobre los que opinan diferentes es la constante en cualquier debate.

En el pasado reciente, hicieron falta millones de muertos para que las mesas de diálogo y reconciliación cobrasen un nuevo protagonismo. Nunca nos diseñaron para ser libres, solo sabemos amar y odiar.

Artículo publicado en el diario La Opinión de Tenerife, el 21/09/2017.

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