19/10/17

Paisaje desde el asombro

Tomo prestado el título de una canción de Vetusta Morla, Maldita dulzura la tuya, la mía, la nuestra. Y el tiempo, que parecía estar del lado de la verdad, la justicia y la paz, asoma su reverso tenebroso, pues nunca olvida volvernos a los unos contra los otros. Desde que tengo uso de razón, he visto progresar al país de mi infancia en todos los ámbitos. La imagen de la tele en blanco y negro, se me antoja el recuerdo de una sociedad cuya ilusión desbordaba a la ignorancia y al miedo latentes. El aire olía a libertad recién estrenada, al novedoso puesto de perros calientes que abrieron en mi calle, a las prendas Nike y al paulatino aumento de la cantidad de basuras amontonadas en las esquinas. Estaba todo por construir, avanzábamos, llegó el fenómeno turístico y nuestra mirada descubrió lenguajes diferentes, obligándonos a cambiar sin ser muy conscientes de lo que ocurría. Crecía la clase media y la estatura de los hijos de la democracia. Conocimos el exterior de nuestra provincia, viajamos, la alimentación se convirtió en algo que tenía que ver con algo más que la mera supervivencia. Nos acomodamos, creímos que las burbujas nos harían ricos para siempre, pero el mundo seguía girando alrededor de la soledad que los isleños llevamos dentro, frágiles piezas separadas del continente madre. Y las distancias psicológicas disminuyeron, para enfrentarnos al proceso que globaliza las crisis económicas, ambientales, migratorias, sanitarias, morales. Nuestra roca canaria está geolocalizada y mientras continuamos luchando por superar nuestros complejos, llega la maldita dulzura de este tiempo enrarecido, que modela sombras en una cámara que rueda hacia atrás, atropellado por la revolución tecnológica. Y nada de lo que ofrecen las multinacionales del placer nos saca del asombro, a la espera de supermanes frescos, tras la nostalgia del siglo que nos abandonó en la extrañeza de este paisaje. Mío, tuyo, nuestro.

Artículo publicado en el diario La Opinión de Tenerife el 19/10/2017.


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